domingo, 15 de diciembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (XII): Día de fiesta: Majadahonda, años 20 del siglo pasado

 

Desde muy antiguo, uno de los momentos más destacados de las fiestas patronales de Majadahonda ha sido la tarde de toros.

La corrida se celebraba en la que, por aquel entonces, era la plaza principal del pueblo, un amplio espacio abierto de planta irregular, en el que, además de la iglesia, se situaban otros edificios singulares, como el ayuntamiento o el casino, junto a diversas viviendas particulares, y al que iban a desembocar algunas de las principales avenidas del pueblo, como eran la calle Real (dividida en Alta y Baja) o la calle de la Iglesia.

Durante las fiestas, la plaza se engalanaba con farolillos, guirnaldas y banderines de colores, desplegados desde una farola de hierro fundido que había en el centro, hasta las fachadas y balcones de los edificios. El espacio para la lidia se acotaba con carros y talanqueras hechas con maderos y tablones, y se preparaba, también a base de tableros, una pequeña tarima reservada para la banda de música.

En este improvisado coso, maletillas y novilleros de poco nombre intentaban sacar algunos pases decentes a reses complicadas y resabiadas, muchas veces, jugándose el tipo en ello. Concluida la faena, los toreros intentaban complementar el escaso dinero fijado en el contrato que habían firmado con el ayuntamiento, haciendo una especie de vuelta al ruedo con el capote abierto y sostenido entre dos o tres de ellos, con la esperanza de que, desde los carros, balcones y barreras, el público fuera generoso y arrojase al capote alguna moneda extra.

Según el testimonio que han dejado algunos majariegos que conocieron las corridas que se celebraban en esta plaza antes de la guerra, era costumbre dejar en mitad de la misma un carro de dos ruedas para que los mozos más atrevidos, que saltaban al ruedo tratando de dar algún pase, hacer recortes o correr a los toros, pudieran encontrar resguardo en él si se veían apurados. Muchas veces, esto provocaba que el carro basculase como un balancín sobre el eje central de sus ruedas, inclinándose hacia un lado u otro en función del número de personas que estuviesen subidas en él y de lo mucho o poco que se movieran con las acometidas del toro. Todo ello generaba infinidad de situaciones cómicas y divertidas, muchas veces incluso de peligro, que resultaban muy del agrado del público, por las risas, chascarrillos, nervios y sobresaltos que provocaban entre la concurrencia.

Esta fotografía, realizada en los años 20 del siglo pasado, recoge un momento de una de aquellas tardes. En la imagen aparece el antiguo pórtico de la entrada principal de la iglesia parroquial de Santa Catalina Mártir, transformado con tablones de madera en un pequeño palco desde el que presenciar la corrida. Por lo relajada que aparece la gente, y por el lugar en el que se encontraba el fotógrafo, está claro que, o todavía no había empezado la faena o se trataba de un pequeño descanso entre toro y toro.

La plaza está muy concurrida, ya que ese día, además del vecindario al completo, acudían a las fiestas de Majadahonda muchos forasteros de los pueblos cercanos, e incluso de la capital. Hombres y mujeres de todas las edades y muchos niños. Parece predominar el estrato social humilde, sobre todo jornaleros y braceros del campo con gorras y alpargatas, que es el que componía el grueso poblacional de los municipios del noroeste madrileño; pero también pueden distinguirse otros perfiles, como los que posiblemente correspondan a un pequeño propietario de estética aburguesada, con cuidado bigote, traje elegante y sombrero de paja estilo canotier; un artesano con su bata de trabajo, algunos señoritos con aires urbanitas, un agricultor acomodado con sombrero de fieltro o un clérigo con sotana y sombrero de teja. Además, en una de las columnas del pórtico, hay colocado un cartel en el que puede leerse “Reservado para la música”, y es que, a la derecha de la imagen, estaba situada la grada para la banda, de la que es posible ver, en la segunda fila, prácticamente fuera de encuadre, a dos de sus integrantes ataviados con gorra de plato.

Y, de fondo, la iglesia de Santa Catalina, con uno de los pocos muros que en aquel entonces estaba enfoscado y revocado de cal, y con el pórtico a tres aguas sobre columnas de granito que, tras la guerra, Regiones Devastadas reemplazó por el actual formado por seis arcos de medio punto, aprovechando las columnas del anterior para la construcción del que se situó en la nueva entrada que se abrió en la fachada oeste, donde permanece desde entonces.

Un alegre y popular día de fiesta que el fotógrafo captó en Majadahonda hace cerca de un siglo.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)

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