En 1940, el arquitecto Fernando
García Rozas, junto a sus colaboradores José del Río y José M.ª Martínez
Cubells, todos ellos miembros del organismo Regiones Devastadas, presentaban el
proyecto para la reconstrucción de la iglesia parroquial de San Miguel
Arcángel.
A diferencia de lo que sucedió en
otros pueblos cercanos, en los que la reconstrucción de sus respectivas
iglesias supuso muchas veces una total transformación de las mismas,
levantándolas de nueva planta o modificando en profundidad su traza y forma
estética, en Las Rozas se optó, en la medida de los posible, por conservar todo
lo que tras la guerra había quedado en condiciones de ser aprovechado y
restituir el templo a su primitivo aspecto.
Hubo que demoler lo poco que se había
mantenido en pie de la torre, pero la que fue levantada en su lugar se procuró que no
difiriera en exceso de la anterior. La reparación de las enormes perforaciones
que los proyectiles artilleros habían causado en sus muros, se hicieron a base
de verdugadas y guarniciones de ladrillo visto con entrepaños de mampostería al
descubierto, prescindiendo del recubrimiento de las fachadas con el enfoscado
de cemento encalado tan habitual en las actuaciones de Regiones Devastadas,
respetando por tanto el aspecto estético propio del mudéjar castellano que
había caracterizado a la iglesia roceña desde que fuera levantada en la primera
mitad del siglo XVI.
También se restauró la gran
armadura de madera, consistente en un recio artesonado mudéjar, sobre la que
reposaba la cubierta, e interiormente se mantuvo la sobriedad de los
grandes paños lisos y encalados, así como los arcos de medio punto sobre
pilastras de piedra granítica que separaban las naves. Lo mismo puede decirse
de la bóveda de crucería del ábside, con sus características nervaturas y
florones de estilo gótico, y de la capilla lateral, que se rehicieron tal cual
eran.
Los mayores cambios en el
interior se produjeron en el coro, construyéndose uno nuevo con balaustrada tallada
en madera al estilo castellano, y algunas pequeñas modificaciones en el
presbiterio, sobre todo en la zona de la escalinata de subida al altar, donde también
se colocaron unas rejas de forja nuevas. Respecto al retablo mayor, se
restauraron los pocos elementos que habían sobrevivido a la destrucción,
reemplazando los que se habían perdido por otros de nuevo diseño. Por último, y
como curiosidad, señalar que, aunque la restauración de Regiones Devastadas
mantuvo el viejo púlpito de hierro forjado que se encontraba anclado a cierta
altura en uno de los muros del presbiterio, en algún momento posterior acabó
siendo eliminado, seguramente, por haber dejado de usarse.
Exteriormente, parece que la
nueva torre perdió algo de altura respecto a la original, pero esto se suplió, en
parte, añadiendo sobre la cubierta un pináculo de pizarra con ciertos aires
herrerianos, algo muy del gusto de Regiones Devastadas, rematado con bola y cruz.
Quienes conocieron la iglesia antes de la guerra comentaban que la cruz de la
anterior torre llevaba incorporada una veleta, y que en la fachada que daba a
la calle Real había un gran reloj circular de esfera blanca con números en
negro.
Por último, se eliminó la que
había sido casa del cura, una edificación con patio, sin el menor interés
histórico o arquitectónico, que estaba adosada a lo largo de toda la fachada
oeste, afeando el conjunto y manteniendo condenada la que podría
considerarse como la entrada de las ocasiones importantes, pues es la que da acceso
directo a la nave central, con el altar y el retablo mayor al fondo. De esta
manera, la iglesia recuperó sus tres accesos originales: el que hemos
mencionado que daba paso a la nave central por debajo del coro, y los dos
colocados en los laterales del edificio, uno de entrada a la nave del evangelio
y el otro a la nave de la epístola, siendo este último, con su arco de granito
tallado y el pórtico a tres aguas sobre columnas también de granito, donde se
situaba la entrada principal.
En 1943 se daban por concluidos
los trabajos de reconstrucción, y el 30 de marzo de ese mismo año, el ministro
de la Gobernación, acompañado del director de Regiones Devastadas, hacía la
entrega solemne del edifico al Obispado Madrid-Alcalá.
Las Rozas recuperaba así su
iglesia parroquial, que si bien es cierto que en el proceso de restauración,
inevitablemente, perdió algo de la personalidad física y estética que había ido
adquiriendo a lo largo de los siglos, al menos mantuvo su apariencia arquitectónica
original y buena parte de su esencia estilística, de manera que los vecinos
pudieron seguir reconociendo en este emblemático edificio una seña de identidad del pueblo y un elemento de continuidad
e identificación sentimental con su pasado.
En la fotografía, tomada en 1942
desde la calle Iglesia de San Miguel, podemos ver los trabajos de restauración
llevados a cabo por Regiones Devastadas.
Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)
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