El día a día por el que nos movemos está
repleto de acciones, lugares, personas o sonidos que, por frecuentes y
esperables, apenas llaman nuestra atención.
En general, reparamos en muy pocas de
estas cosas habituales y cotidianas que parecen formar parte de un paisaje
estático e inmutable.
Sin embargo, un día sucede que un antiguo
edificio es demolido, un comercio de toda la vida desaparece, el descampado
donde jugabas de niño es ahora un aparcamiento, en el bar donde solías tomar el aperitivo se jubilan y echan el cierre, el pequeño encinar que resistía el paso del
tiempo se convierte en una urbanización o aquel muro por el que correteaban las
lagartijas los días soleados ya no existe.
Muchas veces son cambios sutiles, pequeñas
variaciones que se suceden cadenciosamente, sin que apenas nos demos cuenta.
Otras, son drásticas transformaciones que sorprenden por su rapidez y envergadura,
impresionando de tal manera que llegan a conmover.
Y así, llega un día en el que esa
cotidianidad ya solo existe en la memoria de quienes la conocieron, y los
escenarios y lugares en los que esta se desarrollaba han experimentado tales
transformaciones, que el pasado vivido en ellos apenas es ya una sombra de la
que es difícil encontrar huellas.
En los años 50 del siglo pasado, un
vecino de Las Rozas llamado Pablo Gómez Bravo tuvo la sensibilidad de prestar
atención a lo que, por habitual y frecuente, no parecía merecerla. Quizás fue
consciente de que estaba siendo testigo de un mundo abocado a desaparecer en
muy poco tiempo, por lo que decidió coger una cámara y recorrer las calles del
pueblo fotografiando las cosas cotidianas: la conversación tranquila de unas mujeres
sentadas a la puerta de su casa, unos niños jugando en mitad de la calle, un pastor
conduciendo su rebaño de ovejas, labriegos con sus mulas y borricos yendo o
volviendo del campo, el acarreo de cántaros de agua para la casa o la peculiar
cigüeña María que, pasados los años, se acabaría convirtiendo en símbolo de Las
Rozas.
Gracias a estas instantáneas, que Pablo
Gómez Bravo primero, y su familia después, han compartido altruista y generosamente
en múltiples ocasiones, podemos conocer (o recordar aquellos que lo vivieron) un
pueblo y unas formas de vida que ya no existen, pero que existieron,
sorprendiéndonos al igual que en ocasiones nos sorprendemos a
nosotros mismos al ser conscientes de lo mucho que han cambiado algunos de los
lugares que forman parte de nuestra vida, o de la misma manera que la cotidianidad presente,
pasado el tiempo, sorprenderá a quienes encuentren huellas, referencias o recuerdos
de la misma.
Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de las fotografías históricas: Pablo Gómez Bravo)