martes, 21 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVII): La Cigüeña María


Desde tiempos inmemoriales, las cigüeñas han sido animales considerados benefactores y portadores de buena suerte. Sin duda, ello se ha debido a que estas zancudas aves se alimentan de infinidad de otros animales considerados molestos y hasta perjudiciales, especialmente para los cultivos. En un mundo eminentemente agrícola, la sabiduría popular fue transmitiendo esta imagen positiva, presentando a la cigüeña como una especie amiga, tal y como recogen multitud de leyendas, cuentos, coplas, canciones y refranes tradicionales del centro y sur europeo. Sus hábitos migratorios, regresando todos los años al final del crudo invierno, y su predilección por anidar en tejados, torres, campanarios y espadañas de iglesias, sin ninguna duda los edificios más simbólicos y espirituales para las poblaciones rurales, contribuyó a reforzar el respeto y consideración que se tenía hacia estas aves. Una imagen positiva que, a pesar de las enormes transformaciones generadas por el desarrollo y la modernidad, se ha mantenido hasta nuestros días.

Por todo ello, no resulta extraño que en Las Rozas, que durante siglos había sido un pueblo eminentemente agrícola y ganadero, el día que en sus calles apareció una pequeña cigüeña magullada e incapaz de volar, resultándole por tanto imposible emigrar, algunos vecinos decidieran asistir al desvalido animal.

El suceso aconteció a principios de los años 60, y según contaron quienes lo vivieron, fue un muchacho del pueblo llamado Manuel quien recogió al animal y le dio cobijo en la fundición que su tío, el Sr. González, tenía en lo que hoy es la Plaza de España, donde trabajaba como aprendiz, alimentándola y cuidándola con cariño, por lo que sus amigos le pusieron el apodo del “Cigüeño”, que a él parece que nunca le molestó.

Con el tiempo, la cigüeña, que nunca pudo volver a volar, cogió confianza y comenzó a pasearse tranquilamente por las calles del pueblo, ganándose las simpatías de los vecinos, que la bautizaron con el nombre de María.

Durante el día, la cigüeña María, con sus largas y pausadas zancadas, recorría el pueblo a su aire, entraba en los bares y en las casas con familiaridad, o se detenía en la puerta de la pescadería y la carnicería esperando recibir algo de comida. El animal generaba simpáticas y divertidas situaciones con niños y mayores, lo que le otorgó una gran popularidad entre los roceños, que la acabaron considerando como una vecina más. Llegada la noche, el animal solía recogerse en la fundición en que inicialmente fue acogida, donde pernoctaba al resguardo del frío y otras inclemencias meteorológicas.

La cigüeña María vivió en Las Rozas durante 3 o 4 años, hasta que un triste día apareció muerta, sin que nunca se aclarase que es lo que había sucedido. No obstante, la memoria de tan peculiar episodio permaneció en el recuerdo de los vecinos, de manera que, muchos años después, el animal terminaría convirtiéndose en uno de los principales símbolos de Las Rozas. Primero en forma de pequeña escultura (diseñada por el artista Miguel Ángel Sánchez) que, a principios de los 90, entregaba el Ayuntamiento como galardón a destacadas personalidades y, poco después, ya de manera institucional, formando parte de la bandera y el escudo de Las Rozas y, por extensión, siendo el logo corporativo del municipio. Además, una plaza del pueblo y una escuela infantil tienen el nombre de la Cigüeña María, y en diferentes puntos del municipio existen estatuas y representaciones de este animal, todas ellas diseñadas y confeccionadas en la desaparecida escuela-taller que dirigía Enrique Mijillo, y que tan buena labor desarrolló entre la juventud roceña a finales de los ochenta y mediados de los noventa.

La fotografía que encabeza esta entrada fue realizada, como tantas otras icónicas imágenes de Las Rozas de aquellos tiempos, por Pablo Gómez Bravo, al que ya nos hemos referido en otras ocasiones. En la imagen, vemos a unas niñas posando junto a la cigüeña María en la esquina de la calle Iglesia de San Miguel con la calle de la Fuente.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Pablo Gómez Bravo)

domingo, 19 de enero de 2025

LA CULEBRILLA CIEGA


 

La culebrilla ciega es uno de los reptiles más extraños de nuestra fauna y del que todavía se desconocen muchas cosas. Además, la Península Ibérica es el único lugar del continente europeo en el que podemos encontrar a esta especie.

Se trata de un pequeño reptil cuyo aspecto, a primera vista, podría confundirse con el de una lombriz grande, pero una observación más detenida nos hará distinguir una pequeña cabeza con unos ojos diminutos. Su color es generalmente rosado claro, aunque algunos individuos pueden tener un tono algo más oscuro. Los ejemplares adultos pueden alcanzar los 28 cm. El cuerpo es segmentado, con escamas cuadradas dispuestas en anillos.

Es un animal perfectamente adaptado a la vida subterránea, siendo difícil verlo en la superficie. Evita el sol y la humedad excesiva, prefiriendo los suelos secos y fáciles de excavar. 

Gran cavadora, su alimento lo constituyen todo tipo de pequeños invertebrados y sus larvas, sintiendo una especial predilección por las hormigas, siendo habitual que se introduzca en los hormigueros para saquearlos.



Sus costumbres subterráneas provocan que desconozcamos muchos aspectos de su biología. Sabemos que hacia el mes de julio la hembra pone un único huevo alargado y blanco de unos 3 cm de longitud, que resulta asombrosamente grande en relación a su tamaño corporal, y parece que inverna en galerías que ella misma excava.

Encontramos a la culebrilla ciega en la mayor parte del territorio peninsular, a excepción de algunas zonas septentrionales de Galicia y la Cordillera Cantábrica, norte de Cataluña y Pirineos. Apenas se tienen datos sobre el número de sus poblaciones, aunque en el noroeste madrileño parece que es una especie relativamente abundante.


La culebrilla ciega es un animal totalmente inofensivo que, al igual que todos los reptiles, está protegido.


ASOCIACIÓN HISTÓRICO-CULTURAL CIERZO

Fotografías: ejemplar de culebrilla ciega en la Dehesa de Navalcarbón, en Las Rozas de Madrid (J. M. Calvo)


sábado, 18 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVI): Una plaza de nueva planta


Regiones Devastadas, en su proyecto de reconstrucción de Las Rozas tras la guerra, mantuvo la ubicación de la Plaza Mayor, pero modifico su orientación, abriéndola hacia una avenida de nueva construcción (la actual Avda. de la Constitución) en vez de hacerlo hacia la calle Real, como había sucedido hasta entonces. También transformó por completo su aspecto estético, diseñando una plaza de nueva planta que nada tenía que ver con la anterior.

De traza casi cuadrada, la nueva plaza, situada al final de la calle Real, se elevaba ligeramente sobre el nivel de esta, salvando la diferencia de alturas por medio de unos muretes de granito con escalinatas a modo de graderíos que daban acceso a un amplio espacio delimitado en tres de sus lados por edificios de dos plantas con soportales.

La plaza fue concebida como centro administrativo, con el Ayuntamiento que, ocupando el edificio principal, destacaba del conjunto por su austero pórtico, amplio balcón, y especie de pequeño torreón con escudo, reloj y cubierta rematada con chapitel de pizarra de reminiscencias herrerianas; centro de servicios, pues en ella se situaron la oficina de correos y telégrafos, el estanco, la farmacia y el teléfono público, además de algunos comercios; y espacio recreativo, con café-bar e incluso cine. Todo ello complementado con algunas viviendas que ocupaban las plantas altas y, como es lógico, convirtiéndose desde entonces, por su ubicación y amplitud, en el centro neurálgico de todas las celebraciones, actos conmemorativos y fiestas de carácter popular.

Las obras se iniciaron en 1941, y aunque paulatinamente fueron entrando en servicio los diferentes edificios según se iban terminando, los trabajos no se darían por totalmente concluidos hasta 1950.

Esta fotografía, realizada hacia 1943-1944, nos muestra una plaza Mayor, con sus edificios principales prácticamente finalizados, recibiendo la visita de responsables de Regiones Devastadas y otras autoridades interesadas en conocer el desarrollo de las obras. En la imagen, llama especialmente la atención la presencia hegemónica que en el conjunto urbano tiene la iglesia de San Miguel Arcángel, recién restaurada tras los graves daños que había sufrido durante la contienda, y con el cerro sobre el que se asienta totalmente despejado de edificaciones, pues todavía no se ha comenzado la construcción de los conjuntos de viviendas proyectados entre la iglesia y la calle Real (viviendas de la C/Escalerilla, casas parroquiales y esquina de la actual Avda. de la Constitución). No obstante, en la ladera del cerro son visibles ya los aterrazamientos efectuados en el terreno para la construcción de los recios muros de mampostería de granito que, junto a una serie de amplias escalinatas, conformarán los jardines de acceso al templo.

Poco a poco, el casco urbano de Las Rozas se iba recuperando de los desastres de la guerra.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)



jueves, 16 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XV): La torre de la iglesia de Santa Catalina Mártir de Majadahonda


Parece que la actual Majadahonda podría tener su origen en un pequeño asentamiento del siglo XIII fundado por los pastores segovianos que en aquellos tiempos transitaban por estos lugares. De hecho, el propio topónimo es una clara alusión a los sitios en los que se recogían los rebaños y se alojaban los pastores para descansar o pasar las noches. Desde muy pronto, dicho asentamiento contó con una ermita o pequeño templo ubicado en el mismo lugar que hoy en día ocupa la iglesia parroquial de Santa Catalina Mártir.

Por lo que se desprende de ciertos documentos, especialmente un informe sobre el estado que ofrecía la iglesia de Majadahonda elaborado en 1670 por el Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo, Cristóbal Rodríguez de Jarama y Roxas, dicho templo estaba adosado a un viejo torreón que cumplía la función de campanario. Según el mismo documento, este torreón, que describe como muy ancho y muy alto, parecía haber sido reedificado varias veces.

Este tipo de referencias, junto a las características orográficas del emplazamiento, en lo alto de un cerro de pronunciada pendiente con un buen dominio visual del territorio, han llevado a pensar que, muy probablemente, dicho torreón sería originariamente una de las muchas atalayas de vigilancia, levantadas entre los siglos IX y X, que formaban parte de la denominada Marca Media, la línea defensiva fronteriza organizada por los musulmanes para hacer frente a los esporádicos ataques de las huestes cristianas del noroeste peninsular. Esta línea estaba formada por importantes fortalezas, como Talamanca del Jarama, Alcalá de Henares, Calatalifa (Villaviciosa de Odón) o el propio Madrid, y por una red de atalayas de la que han llegado hasta nuestros días interesantes ejemplos, como son las de El Berrueco, El Vellón, Arrebatacapas o Torrelodones, u otras, ya desaparecidas pero de las que tenemos referencias toponímicas, como sería el caso de Atalayuela del Pardo, La Atalaya de Pozuelo de Alarcón o los diversos lugares con el nombre de Torrejón.

Las características de estas atalayas eran muy similares: estructura cilíndrica construidas a base de hiladas de mampostería y argamasa de arena y cal reforzada con piedra. Tenían dos o tres plantas y una única entrada ubicada a cierta altura del suelo, a la que se accedía por medio de una escalera de mano, la cual se retiraba para dificultar el acceso a los posibles enemigos. Para comunicarse con las atalayas contiguas hacían señales de humo durante el día o de fuego durante la noche, encendiendo hogueras en la parte alta del torreón.

Como decimos, es muy probable que la torre a la que se refiere el mencionado informe del siglo XVII fuera originariamente una de estas atalayas, reconstruida varias veces a lo largo del tiempo para ser aprovechada como campanario. En cualquier caso, el mal estado de conservación que para esas fechas ofrecían, tanto la torre como el conjunto de la iglesia, impulsaron una serie de reformas en el edificio que, entre otras cosas, supusieron la demolición del viejo torreón y la construcción de una nueva torre campanario.

Estos trabajos se desarrollaron a lo largo del último tercio del siglo XVII, encargándose la construcción de la nueva torre al Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo Santiago de Sopeña. La torre debió quedar finalizada en torno a 1680, pero el Maestro Santiago de Sopeña se vio obligado a pleitear con el concejo de Majadahonda hasta enero de 1688, momento en que consiguió cobrar el último de los pagos que se le adeudaban por el trabajo realizado.

La torre campanario, de unos 20 m de altura y planta cuadrada, se construyó de ladrillo visto sobre zócalo de granito, con cubierta de teja curva a cuatro aguas. Con el paso de los siglos, a la torre se le añadió una veleta y un reloj en la fachada que daba a la plaza, con una pequeña campana sobre el tejado para dar las horas. Este es el aspecto que mantuvo hasta el final de la guerra civil, momento en que el organismo Regiones Devastadas se encargó de la reconstrucción del pueblo. Tras varios informes y proyectos elaborados por diferentes arquitectos (en 1940 por Víctor Calvo Martínez de Azcoitia, en 1944 por D. Juan Armando González Cabeza de la Puente y en 1949 por D. Félix Ugalde Rodrigo), las obras se dieron por finalizadas en 1953, dando como resultado una iglesia que, en esencia, mantenía sus características principales, pero en las que destacaban varios cambios, como el enfoscado blanco de todas sus fachadas, incluida la torre, o la colocación sobre esta de un chapitel, todo ello, muy en consonancia con los gustos estéticos que Regiones Devastadas desarrollaba en todas sus intervenciones.

En la fotografía que encabeza esta entrada, podemos apreciar el aspecto que ofrecía la torre y fachada principal de la iglesia de Santa Catalina Mártir en los años 30 del siglo pasado, con un grupo de personas posando para la cámara. Al fondo aparece el pórtico de acceso con tejado a tres aguas sobre columnas de granito que, tras la guerra, sería reemplazado por el actual, formado por arcos de medio punto, trasladando el antiguo a la nueva entrada que se abrió en la fachada oeste, al lado de la torre.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: “Imágenes de Majadahonda. Recuerdos de nuestro pueblo”, Ayto. de Majadahonda, 1999)

jueves, 9 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XIV): De lo cotidiano

Haciendo uso de la fuente pública que existía en la Calle Iglesia de San Miguel (P. Gómez Bravo)

El día a día por el que nos movemos está repleto de acciones, lugares, personas o sonidos que, por frecuentes y esperables, apenas llaman nuestra atención.

En general, reparamos en muy pocas de estas cosas habituales y cotidianas que parecen formar parte de un paisaje estático e inmutable.

Sin embargo, un día sucede que un antiguo edificio es demolido, un comercio de toda la vida desaparece, el descampado donde jugabas de niño es ahora un aparcamiento, en el bar donde solías tomar el aperitivo se jubilan y echan el cierre, el pequeño encinar que resistía el paso del tiempo se convierte en una urbanización o aquel muro por el que correteaban las lagartijas los días soleados ya no existe.

Muchas veces son cambios sutiles, pequeñas variaciones que se suceden cadenciosamente, sin que apenas nos demos cuenta. Otras, son drásticas transformaciones que sorprenden por su rapidez y envergadura, impresionando de tal manera que llegan a conmover.

Y así, llega un día en el que esa cotidianidad ya solo existe en la memoria de quienes la conocieron, y los escenarios y lugares en los que esta se desarrollaba han experimentado tales transformaciones, que el pasado vivido en ellos apenas es ya una sombra de la que es difícil encontrar huellas.


Labrador en Ronda de la Plazuela esquina Calle de la Fuente (P. Gómez Bravo)

En los años 50 del siglo pasado, un vecino de Las Rozas llamado Pablo Gómez Bravo tuvo la sensibilidad de prestar atención a lo que, por habitual y frecuente, no parecía merecerla. Quizás fue consciente de que estaba siendo testigo de un mundo abocado a desaparecer en muy poco tiempo, por lo que decidió coger una cámara y recorrer las calles del pueblo fotografiando las cosas cotidianas: la conversación tranquila de unas mujeres sentadas a la puerta de su casa, unos niños jugando en mitad de la calle, un pastor conduciendo su rebaño de ovejas, labriegos con sus mulas y borricos yendo o volviendo del campo, el acarreo de cántaros de agua para la casa o la peculiar cigüeña María que, pasados los años, se acabaría convirtiendo en símbolo de Las Rozas.


Transitando con un borriquillo por la Calle de la Fuente (P. Gómez Bravo)

Gracias a estas instantáneas, que Pablo Gómez Bravo primero, y su familia después, han compartido altruista y generosamente en múltiples ocasiones, podemos conocer (o recordar aquellos que lo vivieron) un pueblo y unas formas de vida que ya no existen, pero que existieron, sorprendiéndonos al igual que en ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismos al ser conscientes de lo mucho que han cambiado algunos de los lugares que forman parte de nuestra vida, o de la misma manera que la cotidianidad presente, pasado el tiempo, sorprenderá a quienes encuentren huellas, referencias o recuerdos de la misma.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de las fotografías históricas: Pablo Gómez Bravo)