Una de las calles más singulares
del casco antiguo de Las Rozas es la calle Escalerilla, que asciende desde la
calle Real hasta la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel por medio de una
sucesión de escalinatas.
Aunque su diseño original ha
sido muy alterado, conserva esa particularidad de constituir una calle escalonada,
cuya perspectiva es cerrada por el campanario de la iglesia parroquial, que
ocupa un lugar dominante al situarse en la cota más elevada.
Esta calle tiene su origen en
las actuaciones de reconstrucción desarrolladas por el organismo Regiones
Devastadas al finalizar la guerra. En concreto, en el proyecto presentado en
1941 por el arquitecto Fernando García Rozas, que daría como resultado la construcción
de un conjunto de viviendas y dependencias parroquiales situadas entre la calle
Real y la iglesia, con la mencionada calle Escalerilla como eje vertebrador. Para
ello, y aprovechando las grandes destrucciones que la contienda había
ocasionado, Regiones Devastadas decidió demoler una serie de edificios situados
en la calle Real, sustituyéndolos por otros de nueva planta.
Estas edificaciones, de una y
dos alturas, se proyectaron como viviendas para labradores, contando con tres o
cuatro dormitorios, cocina, comedor, despensa, aseo y los anexos necesarios
para las labores agropecuarias: cuadra, cobertizo, corral, granero y pajar. Las
viviendas, agrupadas en dos manzanas situadas a ambos lados de la calle Escalerilla,
se complementaban con el conjunto parroquial, situado algo más arriba, entre
las calles Lonja y Cándido Vicente, formado inicialmente por dos casas para los
párrocos, separadas por la propia calle Escalerilla, una de las cuales, años después,
terminaría siendo remodelada para, además de vivienda, cumplir las funciones de
despachos y salón de actos.
Todos los edificios mantenían entre ellos una unidad estética, combinando los muros encalados en tono ocre, con el ladrillo visto en verdugadas, dinteles, jambas, esquinales y cornisas.
El conjunto constituía una interesante
secuencia urbana que iba desde la calle Real, vía principal del pueblo, hasta
lo alto del cerrillo sobre el que se asienta la iglesia parroquial, sin duda, el
edificio más simbólico y emblemático del municipio, ajustándose por tanto a la topografía del
terreno de manera que acababa creando un paisaje urbano armónico y equilibrado
en sus líneas y alturas, con el templo siempre presidiendo la composición. Efecto
que se reforzó, aún más, con la posterior construcción, a base de mampostería
de granito, de unos jardines aterrazados en torno a la iglesia.
Hoy en día, la calle Escalerilla
ha perdido su simetría y armonía estética iniciales. Las agresiones urbanísticas
que ha sufrido en las últimas décadas han desbaratado su original diseño, con
edificios de diferentes estilos y alturas, la descomposición de los jardines
aterrazados proyectados por Regiones Devastadas y la destrucción del último
tramo de escaleras, sustituido por una escalinata impostada y totalmente descabalada
del orden general, que llega a hacer daño a la vista.
Una pena, pero nada nuevo respecto al pésimo tratamiento que, en general, ha recibido el patrimonio arquitectónico en el casco histórico de Las Rozas, donde podría hacerse un decálogo de malas prácticas que sirviera como manual para que los estudiantes de arquitectura, ingeniería civil y urbanismo aprendieran a cómo no deberían hacerse las cosas.
Aunque, en realidad, no es un mal exclusivo de Las Rozas, sino que, lamentablemente, puede hacerse extensible al conjunto de los municipios del noroeste madrileño.
Javier M. Calvo Martínez
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