El que sin duda es el edificio
más antiguo y emblemático de Las Rozas, su iglesia parroquial de San Miguel
Arcángel, ha paso por diferentes vicisitudes a lo largo de su ya larga
historia.
Levantada en los años 30 del
siglo XVI, en su construcción pueden apreciarse elementos propios de los
estilos gótico tardío, renacentista y, sobre todo, mudéjar castellano. Se trata
de una construcción de tres naves separadas por columnas de sillería que forman
arcos de medio punto. Su cabecera es de estilo gótico, con la capilla Mayor y
el crucero rematado por bóvedas de crucería. Los muros, que descansan sobre un
zócalo de grandes sillares de granito, consisten en altos paramentos formados
por cajones de mampostería entre hiladas de ladrillo denominadas verdugadas. El
ábside cuenta con acentuados contrafuertes en el exterior, y del conjunto
sobresale una esbelta torre de sección cuadrada con campanario.
Según se desprende de una representación
gráfica realizada en la segunda mitad del siglo XVII, para 1668 la iglesia de
San Miguel carecía de torre, no sabemos si por destrucción de alguna que
pudiera haber existido con anterioridad a esa fecha o, más probablemente,
porque todavía no se había levantado ninguna.
Sabemos también que el actual
altar Mayor tiene su origen en uno cuya construcción fue contratada en 1644, si
bien es cierto que durante la última guerra civil (1936-1939) fueron destruidos
la mayor parte de sus elementos.
Respecto a su campana, o campanas originales, parece muy probable que se perdieran durante la guerra de la Independencia (1808-18014), siendo fundidas para fabricar armas y municiones. A esta conclusión llegamos porque las campanas más antiguas de las que tenemos constancia son todas posteriores a esas fechas. En concreto, hablamos de tres campanas de bronce, cada una de ellas de diferente tamaño y antigüedad: la más antigua y pequeña, con un diámetro de boca de 50 cm, databa de 1877 y tenía la leyenda “Virgen Santísima de los Dolores, ruega por nosotros”; la segunda campana se fundió en 1894, y era la más grande de las tres, con más de 90 cm de boca y una orla superior en la que se leía “Soy la voz del ángel que en alto suena GRATIA PLENA”; la más moderna de las campanas databa de 1934 y medía 82 cm de boca, teniendo en su parte inferior una orla dedicada a San Miguel Arcángel y a la Virgen de los Dolores.
Estas tres campanas fueron elaboradas en la Fundición de Constantino de Linares
Ortiz, con sede en Carabanchel Bajo. Popularmente, eran conocidas
como la Tam, la Tom y la Tim, en alusión al sonido que cada una de ellas
emitía. En al año 2006, su mal estado de conservación motivó su sustitución por
otras de nueva fabricación, lo que nos hace suponer que las anteriores,
lamentablemente, se han perdido para siempre. Desde entonces, en vez de tres
campanas hay cuatro, aunque su sonido es muy diferente al de las antiguas ya
que, en vez de bronce, se fabricaron en latón u otra aleación similar.
Existe el dato histórico de que,
en la noche del 30 de septiembre de 1760, el cortejo fúnebre que acompañaba el
cuerpo de la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, en su viaje
hacia el panteón Real de El Escorial, realizó un alto en Las Rozas y el féretro
fue depositado durante unas horas en la iglesia de San Miguel. Y en la memoria
colectiva que ha ido pasando de generación en generación, se ha mantenido el
recuerdo de que, durante la invasión napoleónica, el templo fue utilizado por
las tropas invasoras como cuadras para su caballería.
No tenemos constancia de que
hayan existido enterramientos en el templo, pero parece lógico pensar que, al
menos hasta finales del siglo XVIII, momento a partir del cual, salvo contadas
excepciones, se prohibieron los enterramientos dentro de los núcleos de
población, obligando a construir cementerios en lugares
situados a cierta distancia de los pueblos, debió de haber, como era costumbre
en la época, algún pequeño camposanto en las cercanías de la iglesia,
seguramente en el mismo cerro en el que esta se sitúa, del cual ya no queda ni
el recuerdo.
Sí se habla de la aparición, al
realizarse los trabajos de reconstrucción tras la guerra civil, de una
sepultura antigua de un menor en uno de sus muros, hecho del que todavía
recuerdan haber oído hablar varios vecinos del pueblo, sin que podamos ofrecer
demasiados detalles sobre el mismo.
Tampoco tenemos información
precisa sobre el valor histórico y artístico que pudiera haber tenido alguno de
sus antiguos elementos litúrgicos, ceremoniales u ornamentales, la mayoría de
ellos perdidos o destruidos durante la guerra civil.
Existen referencias, durante los
primeros meses de guerra, de su uso como almacén, taller e incluso hospital
para combatientes, pero todavía no tenemos datos concretos sobre ello. También
se habla de la instalación en su torre, durante la batalla de la carretera de
La Coruña (dic. 36-ene,37), de un observatorio y un puesto de ametralladoras,
motivo que convertiría a la iglesia en objetivo prioritario de la artillería,
que a la vez se sirvió de la torre como referencia para el tiro de corrección.
Todo ello causó enormes destrozos
estructurales en el edificio, tal y como como puede apreciarse en la fotografía
que encabeza este texto, realizada recién terminada la contienda. Daños que
afectaron muy especialmente a la torre, de la que solo quedó en pie una de sus
cuatro fachadas, ofreciendo esta tétrica estampa. Triste símbolo de lo que
suponen las guerras, sin duda, la peor de las tragedias generadas por el ser
humano a lo largo de su historia.
Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de la fotografía
histórica: Archivo General de la Administración)
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