miércoles, 11 de diciembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (X): Destruir para construir


Ante el lamentable estado que ofrecía la torre de la iglesia de San Miguel Arcángel al concluir la guerra, con solo una de sus fachadas en pie y amenazando venirse abajo en cualquier momento, los técnicos del organismo Regiones Devastadas, encargados de la reconstrucción del pueblo, decidieron demoler lo que quedaba de ella y levantar otra de nueva planta. Los trabajos de reconstrucción del templo comenzaron en 1940, y entre las primeras actuaciones desarrolladas estuvo la voladura controlada de lo que quedaba de torre.

Algunos vecinos de Las Rozas, que eran niños en aquella época, nos han contado que la noticia de esta voladura generó gran expectación entre la chavalería, ya que desde días antes les habían advertido de que la explosión iba a ser tan fuerte que podía causarles daños en los oídos, por lo que les aconsejaban mantenerse lo más lejos posible y tener un pañuelo o un pequeño palo a mano para morderlo en el momento justo de la detonación.

Llegado el día, se estableció un amplio perímetro de seguridad en torno al templo y se colocaron las cargas explosivas en los puntos adecuados para que lo que quedaba de torre se viniese abajo. Como es lógico, los chavales del pueblo no quisieron perderse un evento de tal magnitud, por lo que muchos de ellos se concentraron en la zona de eras que entonces existía en la parte alta del pueblo, más o menos, entre las actuales Avda. Pocito de las Nieves, calle Nueva y calle Olmo; un lugar privilegiado para disfrutar del espectáculo, pues ofrecía una visión completa y despejada de la iglesia desde una distancia segura.

De pie, o sentados en el suelo, aguardaron el momento de la explosión con sus pañuelos o palos entre los dientes. Al producirse esta, recuerdan que escucharon un primer estruendo seco y contundente, el de la dinamita explosionando, al que inmediatamente siguió otro sonido como de algo que se desgarraba, producido por el estrépito de las piedras y ladrillos del paramento de la torre cayendo al suelo. Todo fue muy rápido y envuelto en una enorme y densa nube de polvo blanquecino que les impidió ver nada. Simplemente, cuando la nube se disolvió al cabo de un rato, la torre ya no estaba. Parece que algunos muchachos, que en sus mentes habían generado unas enormes expectativas, lo que finalmente pudieron presenciar desde aquella alejada distancia no les pareció para tanto y se decepcionaron un poco. En cualquier caso, el episodio fue lo suficientemente impactante como para que algunos de ellos lo siguieran recordando con gran nitidez muchas décadas después.

También hay quien se acuerda de haber escuchado que, durante las posteriores labores de desescombro, entre los grandes cascotes de la torre que habían sido destruidos durante la guerra, aparecieron sepultados los restos de dos soldados y una ametralladora, los cuales debían de llevar ahí desde los combates de diciembre de 1936 o enero de 1937, cuando los muros de la torre comenzaron a venirse abajo como consecuencia del fuego artillero. Pero este dato, como tantos otros que en ocasiones afloran en la memoria y el recuerdo de algunas personas, no podemos confirmarlo, ni desmentirlo.

Y es que, con frecuencia, fantasía y realidad, lo que se ha vivido, lo que se ha escuchado y lo que se ha imaginado, se mezclan de tal manera que, pasado el tiempo, se hace difícil diferenciar unas cosas de otras.

Esta fotografía, realizada en 1940, nos muestra el aspecto que ofrecía la iglesia de San Miguel Arcángel tras la demolición completa de su torre.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo General de la Administración)


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