viernes, 16 de mayo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XXI): De la desidia, el abandono y el olvido. El primer grupo escolar que tuvo Majadahonda


 

No puede decirse que Majadahonda sea un municipio sobrado de patrimonio histórico, artístico, arquitectónico o cultural. Por el contrario, al igual que sucede con otras poblaciones del noroeste madrileño, como Las Rozas, Pozuelo o Aravaca, el espectacular crecimiento urbanístico experimentado en las últimas décadas no solo se ha realizado de espaldas a su pasado, sino que, en buena medida, se ha producido laminando los pocos elementos que podían servir para mantener entre los vecinos ciertos vínculos de identificación con la historia y la memoria de sus respectivos pueblos y territorios.

Esta dinámica urbanística de hacer tabla rasa, de borrón y cuenta nueva, de demoler y destruir todo lo anterior para levantar cosas nuevas ha supuesto una fractura, una desconexión con la historia y la tradición de esos lugares, desapareciendo muchos de sus edificios y espacios más emblemáticos y eliminando algunas de las señas de identidad que, durante mucho tiempo, fueron importantes para las poblaciones locales.  

De esta manera, los lugares han ido perdiendo buena parte de su esencia y personalidad, por modesta que esta pudiera ser, convirtiéndose la destrucción y alteración de los entornos urbanos y naturales en una forma de desmemoria, ya que esos paisajes perdidos, en gran medida, guardaban las huellas del pasado, el recuerdo de otro tiempo, las vivencias y experiencias de quienes los conocieron.

Por todo ello, no deja de resultar llamativo que a día de hoy, uno de los escasísimos edificios de cierta relevancia para la historia local y sentimental de Majadahonda que, a pesar de las múltiples transformaciones y alteraciones experimentadas a lo largo del tiempo, ha llegado hasta nuestros días, se encuentre desde hace muchos años en un preocupante estado de abandono y deterioro.

Se trata de un edificio construido a finales de los años 20 del siglo pasado, durante la dictadura de Primo de Rivera, en el que se situó el primer grupo escolar con el que contó Majadahonda, ya que, con anterioridad a esa fecha, se habían aprovechado diferentes espacios para impartir clases, pero sin que ninguno de ellos pudiera considerarse una escuela propiamente dicho y cuyas condiciones dejaban mucho que desear, tal y como recogía una crónica de 1926 en la que se señalaba “la urgente necesidad de transformar los insanos y lóbregos locales Escuelas en otros alegres, capaces e higiénicos para la alegría y salud” de los niños majariegos.

El lugar elegido para construir la nueva escuela fue una pequeña parcela situada junto a la intersección de las actuales calles Doctor Calero e Iglesia, que en aquel entonces quedaba a las afueras del pueblo, en la margen derecha de la carretera que, desde la de La Coruña, a la altura de su km. 15 (Parador de La Sacedilla), conducía a Villanueva del Pardillo pasando por Majadahonda.

La primera piedra se colocó el domingo 6 de noviembre de 1927, en un solemne y concurrido acto al que asistieron, entre otras personalidades, el gobernador civil de Madrid, D. Carlos Martín Álvarez; el presidente de la Diputación, Sr. Salcedo Bermejillo, y el delegado gubernativo, capitán de Artillería Sr. Lorente, además del alcalde de Majadahonda D. Francisco Gómez Álvarez. Este último leyó unas cuartillas agradeciendo a las autoridades e invitados su presencia y expresando el afán que todos los del pueblo sentían por mejorarlo para bien de ellos mismos y del país en su conjunto. A continuación, el gobernador contestó con un discurso sencillo pero elocuente, tratando de hacer comprender a los asistentes el respeto y cariño que debía tenerse por tres edificios esenciales para cualquier pueblo: la iglesia, la escuela y el ayuntamiento.

Bajo aquella primera piedra se colocó una pequeña caja metálica en la que se introdujeron algunas monedas de diverso valor, varios recortes de periódicos madrileños y el acta leída por el secretario del Ayuntamiento y firmada por las autoridades. Después de que el gobernador, con ayuda de los operarios, colocase la piedra y echase una paletada de cemento, el párroco de Majadahonda, D. Gabriel Sanz, la bendijo y pronunció una oración. El acto se completó con los alumnos de la futura escuela entonando un bonito himno en presencia de todo el vecindario y con una banda de música que amenizó la jornada con diversas piezas. Finalmente, el Ayuntamiento obsequió a los invitados con un banquete en el que reinó la alegría y el buen humor.

El proyecto de la nueva escuela fue encargado al arquitecto Sr. Flórez, que diseñó un edificio sencillo y funcional, de ladrillo visto, compuesto por una amplia nave de planta rectangular y una sola altura, dividida por un tabique en dos espacios simétricos destinados a las aulas, una para niños y otra para niñas. En cada uno de los extremos de este cuerpo central se situaban dos pequeños pabellones, también de planta rectangular, en los que creemos se encontraban los despachos de los profesores y otras estancias auxiliares. Las instalaciones se completaban con un patio de tierra, cercado con una valla también de ladrillo, en el que se plantaron diversos árboles del tipo moreras y acacias para proporcionar ornamento a la escuela y algo de sombra en las jornadas de sol intenso.

Por fin, el domingo 20 de mayo de 1928 pudo inaugurarse la nueva escuela. Para la ocasión volvieron a acudir a Majadahonda el gobernador de la provincia y el delegado gubernativo que unos meses antes habían asistido ya a la colocación de la primera piedra. A estos se sumaron el inspector jefe de primera enseñanza, Sr. Carrasco y el secretario del gobernador civil, Sr. Espinos, entre otras personalidades. El acto se inició con la bendición solemne del edifico, seguida de una serie de himnos cantados por los niños del pueblo acompañados por la banda de música y una pequeña demostración gimnástica realizada por los alumnos de la escuela. A continuación dieron comienzo los discursos, comenzando el maestro de Majadahonda, Sr. del Bosque, que leyó unas cuartillas ensalzando la aplicación y laboriosidad constante en los estudios. También pronunciaron unas palabras el gobernador civil, que además de su mensaje oficial tuvo unas cariñosas palabras para los niños del pueblo; el inspector de enseñanza y, en representación de la Asociación de Maestros del partido judicial, D. Rafael Martínez, maestro de Torrelodones. Cerró el acto el alcalde de Majadahonda, que agradeció la presencia de las autoridades y el apoyo recibido para la construcción de la nueva escuela. Finalmente, los concurrentes fueron invitados a un lunch en el ayuntamiento.

A partir de ese momento, Majadahonda pudo disfrutar de una escuela que la prensa de la época describió como “nueva, llena de aire, luz y alegría”, con capacidad para satisfacer las necesidades educativas del alrededor de cien niños y niñas que en aquellos tiempos vivían en el pueblo. En las nuevas dependencias, los primeros docentes con los que contó el centro, el mencionado Sr. del Bosque para los niños y la maestra Doña Adela para las niñas, en régimen unitario, es decir, con alumnos y alumnas de diferentes edades y grados en el mismo aula, comenzaron a impartir las primeras enseñanzas a los pequeños majariegos.

A pesar de sufrir importantes daños durante la Guerra Civil, el organismo Regiones Devastadas, encargado de la reconstrucción del pueblo, decidió restaurar el edifico para que siguiera cumpliendo su función educativa junto a una escuela de nueva construcción que se levantó en lo que hoy es la Plza. de la Constitución, la cual, ¿cómo no?, fue demolida en 2009. Por su parte, el que había sido primer grupo escolar continuó activo hasta los años 80, recibiendo en su última etapa el nombre de la pedagoga italiana Rosa Agazzi. Ya en los años 90, el antiguo edificio sufrió una transformación total, añadiéndole una nueva planta y eliminando prácticamente todos los elementos originales a excepción de las fachadas, siguiendo los postulados de la tan cuestionada y criticada tendencia arquitectónica para la rehabilitación de edificios históricos denominada fachadismo. Pasó entonces a ser la sede de la policía local, función que mantuvo hasta que en 2013 se inauguraron las nuevas instalaciones policiales situadas en la crta. de Villanueva del Pardillo. Desde entonces, el edificio permanece cerrado. Y ello a pesar de diferentes proyectos y propuestas para dotar a las antiguas escuelas de algún uso (dependencias de la Guardia Civil, coworking…), sin que hasta la fecha ninguno de ellos haya prosperado, y de existir desde 2016 una plataforma vecinal que reivindica este espacio para usos culturales, sociales y/o educativos.

Mientras tanto, este emblemático edificio, que a pesar de su modestia histórica y arquitectónica ha tenido una enorme importancia sentimental para varias generaciones de majariegos, pues en él vivieron parte de su infancia y recibieron sus primeras enseñanzas escolares, sufre los efectos de una aparente desidia y olvido por parte de quienes, entre otras funciones, deberían velar por la memoria, la tradición y el patrimonio histórico y cultural que conforman la identidad del municipio, aunque en realidad creemos que en estas cuestiones, al igual que en todo lo concerniente a la protección de los entornos naturales y urbanos de cierto interés, debería implicarse el conjunto de la sociedad, interesándose en su conocimiento y disfrute y oponiéndose a las múltiples agresiones de las que son objeto de manera reiterada dichos espacios.

La fotografía que encabeza esta entrada muestra el aspecto que ofrecía la escuela en los años 40, tras los trabajos de restauración y rehabilitación desarrollados por el organismo Regiones Devastadas al concluir la guerra.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica Archivo General de la Administración)


sábado, 10 de mayo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XX): La estación de Las Rozas: más de un siglo y medio parando trenes


En noviembre de 1855, con la aprobación de la Ley General de Ferrocarriles, el gobierno español otorgaba a la Sociedad de Crédito Mobiliario Español, mediante subasta pública, una concesión para la construcción de la línea ferroviaria Madrid-Irún.

A pesar de su nombre, esta compañía financiera era en realidad una filial de la francesa Sociedad General de Crédito Mobiliario, dirigida por los hermanos Emilio e Isaac Pereire, poderosos banqueros que tenían un gran interés en extender al otro lado de la frontera los amplios negocios ferroviarios que explotaban en el sur de Francia.

Las obras dieron comienzo en abril de 1856 y dos años después, el 29 de diciembre de 1858, se constituía la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, empresa en la que el capital español apenas alcanzaba el 25 por ciento.

El primer tramo proyectado de la nueva línea fue el comprendido entre Madrid y El Escorial. En su construcción, bajo la dirección del ingeniero francés M. Fournier, se empleó una ingente masa de trabajadores, que llegó a superar los 13.700 obreros.

Las dificultades en la realización de esta primera fase fueron muchas: unas de carácter técnico, como por ejemplo el paso del río Manzanares o la horadación de los terrenos graníticos, especialmente en la construcción del túnel de Torrelodones; otras de carácter económico, ya que los costes reales pronto superaron los presupuestados; y, por último, los derivados del hacinamiento de miles de obreros viviendo y trabajando en unas condiciones deplorables, hasta el punto de que no tardaron en extenderse las epidemias, llegando a contabilizarse 5.846 enfermos entre las plantillas de trabajadores.

A pesar de todo ello, en abril de 1861 se realizaban las primeras pruebas oficiales del recorrido entre Madrid y Las Rozas, y dos meses después, el 24 de junio, la reina Isabel II inauguraba con gran boato y previa bendición de las locomotoras los 59,29 kilómetros del trayecto Madrid-El Escorial, aunque su completa explotación y puesta a disposición de los viajeros no se produciría hasta el 9 de agosto de ese mismo año.

Las estaciones iniciales de ese primer tramo fueron las de Madrid, situada en el Paseo de la Florida (futura Príncipe Pío), Pozuelo, Las Rozas, Torrelodones, Villalba y El Escorial, a las que en años sucesivos se les irían sumando una serie de apeaderos como los de El Plantío o Las Matas.

La totalidad de la Línea del Norte (633 kilómetros entre la capital y la frontera francesa) no quedaría finalizada hasta 1864.

La llegada del ferrocarril a Las Rozas tuvo importantes consecuencias para la vida de sus vecinos y la posterior evolución del pueblo. La distancia con la capital se acortó considerablemente y los desplazamientos se hicieron más rápidos y cómodos, si bien es cierto que los precios de aquellos primeros billetes, incluso los de 3ª clase, resultaban prohibitivos para el jornal medio de un obrero.

Poco a poco las tarifas se fueron abaratando, lo que entre otras cosas propició, ya a principios del siglo XX, que algunos madrileños comenzasen a elegir Las Rozas como lugar de descanso en el que pasar sus periodos estivales y fines de semana, surgiendo una serie de villas y hotelitos (lo que ahora denominaríamos chalets) y algunas colonias veraniegas, como fue el caso del Barrio de Santa Ana o Colonia de la Estación, pequeño conjunto de casas veraniegas comenzado a construir en los años 20 del siglo pasado, constituyendo una de las primeras experiencias urbanísticas de lo que hoy conocemos como el barrio de La Marazuela.

La primera estación con la que contó Las Rozas se ubicaba en el mismo lugar que la actual, y se trataba de un edificio de ladrillo visto, con dos plantas, tejado a dos aguas y un gran porche para proteger de las inclemencias meteorológicas a los viajeros que esperaban el tren en el andén. En la planta baja estaban las oficinas, el despacho de billetes y la sala de espera, y en la planta superior la vivienda del jefe de estación. Junto a este edificio principal existían otras dos construcciones auxiliares de menor tamaño. Todo el perímetro de la estación que daba a la ctra. de La Coruña estaba cerrado con un muro de piedra, que tenía una puerta pequeña para los viajeros y dos puertas grandes para la entrada y salida de vehículos.

En 1903 se instaló la doble vía, construyéndose un segundo andén con un gran porche con estructura de hierro, muros de ladrillo y una gran marquesina para los viajeros que esperaban el tren en el lado que daba a La Marazuela. La estación de Las Rozas contaba también con un muelle de carga para el grano, la paja y el embarque de ganado, principalmente lanar y algo de vacuno.

Durante la Guerra Civil toda la zona se convirtió en campo de batalla y primera línea de fuego, lo que ocasionó importantes daños en los edificios e infraestructuras de la estación. Tras la contienda se procedió a su reconstrucción, eliminado algunos elementos, construyendo otros nuevos y cambiando su aspecto estético, ya que todas sus fachadas se revocaron en cemento y fueron encaladas.

La fotografía que encabeza esta entrada nos muestra la estación de Las Rozas en los primeros años 30 del siglo pasado. En ella aparece el edificio original de ladrillo visto al que nos hemos referido, con unos aires propios de la arquitectura ferroviaria de finales del XIX. La línea cuenta ya con dos vías, a la que se suma una tercera vía muerta entre las dos principales, acotada con una topera, que servía para facilitar las maniobras de los convoyes que entraban en el muelle de carga, el cual aparece a la derecha de la imagen, junto a la vía de servicio que servía para la entrada y salida de los vagones de mercancías.

En la imagen aparecen los postes de la red telefónica y telegráfica, pero no hay ningún tipo de catenaria, ya que la electrificación de la línea no comenzaría a producirse de manera progresiva hasta 1944, siendo con anterioridad a esa fecha todas las locomotoras a vapor.

Al fondo, a la izquierda, se ven algunos de los primeros hotelitos, o casas de recreo, que fueron surgiendo en La Marazuela desde finales del siglo XIX. También se ve el primitivo puente por el que el Camino de Tomillarón cruzaba las vías del tren, sustituido hace muchas décadas por el actual de hormigón, pero que en aquel entonces era el característico de la Línea del Norte en este primer tramo de su recorrido: puentes de un solo arco de medio punto, con el cuerpo principal de ladrillo visto, dovelas y sillares de granito, sin pretiles y con barandilla de forja.

También al fondo, pero a la derecha de la imagen, asoma parte del gran caserón de dos alturas y planta rectangular que la Compañía del Norte construyó junto a la carretera de La Coruña con la función inicial de proporcionar vivienda a los operarios del ferrocarril, pero que en aquellos años 30 era utilizado ya como almacén de una prestigiosa casa de embutidos, habiendo pasado desde entonces por diversos usos, siendo los más recientes los de restaurante y catering.

Y, entre otros múltiples detalles, los habituales viajeros característicos de cualquier estación. Unos, recién llegados, caminando tranquilamente con sus equipajes en dirección a la cámara. Otros, al fondo, esperando en los andenes la llegada de sus respectivos trenes. Una imagen que se ha repetido a lo largo de los años desde que Las Rozas cuenta con estación de tren. Un fluir cotidiano formado por miles de esperas, llegadas y salidas con múltiples y diversos propósitos, intenciones, destinos y obligaciones.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo Histórico Ferroviario)

martes, 4 de marzo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XIX): La primera iglesia de Las Matas


En 1922, la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España comenzó la construcción de un poblado ferroviario en Las Matas, destinado al personal que trabajaba en la Estación de Clasificación, que había comenzado a funcionar en 1919.

La construcción del poblado no se daría por completamente concluida hasta 1926, dando como resultado un pequeño núcleo de población formado por 32 viviendas de planta baja y otras 6 en dos bloques de dos alturas.

El trazado urbano era sencillo, consistente en una única calle formada por las viviendas de una planta que desembocaba en una plaza compuesta por los bloques de dos alturas, una escuela y una capilla.

Esta capilla, destinada a atender las necesidades espirituales de las primeras familias que habitaron el poblado ferroviario, fue inaugurada el 26 de febrero de 1925. El acto se inició por la mañana, con una misa cantada por los párrocos de Las Rozas, Majadahonda y Pozuelo. Continuó por la tarde, ya con la presencia del obispo de Madrid, miembros del clero, el delegado gubernativo, las autoridades locales y representantes de la compañía ferroviaria, además del vecindario al completo junto a otros invitados. Cada una de las autoridades pronunció su propio discurso, a los que se sumaron las bonitas palabras del niño Fabián Camisón y un poema recitado por la niña Conchita Varona, ambos hijos de obreros del poblado ferroviario.

Durante la guerra civil, Las Matas fue ocupada militarmente, teniendo que realizarse importantes labores de reconstrucción al concluir la contienda.

En 1948 la capilla pasó a convertirse en iglesia parroquial, y aunque no sabemos la fecha exacta, creemos que debió ser a partir de ese momento cuando el pequeño templo se puso bajo la advocación de San José Obrero, que pasó a ser el patrón de Las Matas, muy en consonancia con los orígenes de la barriada ferroviaria, ya que con anterioridad a esa fecha no hemos encontrado referencias a ningún tipo de culto, tutela, protección o patrocinio específico para esta capilla, e incluso la imagen que figuraba en la hornacina de la fachada principal, hoy desaparecida, no era de ningún santo, sino que se trataba de una pequeña representación del Sagrado Corazón de Jesús. Quizás, en la elección de este santo como patrón de Las Matas influyó también la existencia en el lugar del viejo Parador de San José de las Delicias, cuyo origen estaba en una antigua casa de postas del S.XVIII, situado junto a la carretera de La Coruña, a la entrada de la actual urbanización El Golf, el cual fue demolido en los años 60 del siglo pasado.

Además de templo religioso, el edificio albergaba en su segunda planta la vivienda del cura. También cumplió durante décadas las funciones de escuela de niños, que recibían las clases en la misma nave central, ejerciendo el sacerdote de profesor. Por su parte, las niñas disponían de escuela propia, en un edificio independiente que todavía se conserva, aunque destinado ya a otros usos, siendo muchos los mateños y mateñas que han recibido sus primeras enseñanzas en estos espacios.

La inauguración en 1998 de la nueva iglesia de San José, junto al Parque 1º de Mayo, supuso el cierre y desacralización del antiguo templo, que se convirtió en un almacén, sufriendo cierto deterioro. El edificio terminó siendo cedido por RENFE/ADIF al Ayuntamiento de Las Rozas, que en 2005 procedió a su rehabilitación y acondicionamiento para convertirlo en Museo del Ferrocarril, el cual fue inaugurado en 2009, tras el convenio firmado con la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Las Matas (AFEMAT), creada en 2003 con el objetivo de preservar el pasado y patrimonio ferroviario de la localidad.

Arquitectónicamente, se trata de un edificio muy compacto, de dimensiones pequeñas, con planta de cruz latina formada por una nave, un pequeño crucero y un ábside poligonal a menor altura que el resto del conjunto. Las cubiertas de nave y crucero son a dos aguas, mientras que las del ábside se amoldan a sus cinco lados, todas ellas de teja árabe. Su estética se corresponde con la habitual en la arquitectura ferroviaria de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX.

Aunque originariamente sus muros eran de mampostería de granito y ladrillo, armonizando por tanto visualmente con el resto de construcciones que conformaban el poblado ferroviario, en reformas posteriores sus fachadas fueron revocadas, quedando la piedra oculta y conservándose únicamente el ladrillo visto, a modo de ornamentación, en siluetados y recercados de esquinas, vanos, dinteles y arcos, así como en la espadaña que se alza en la fachada principal, y que en su momento cumplía las funciones de campanario. Como elementos decorativos reseñables cabe destacar también la faja de ladrillo que recorre el edificio diferenciando sus dos alturas y enmarcando las ventanas de la segunda planta, los arcos de medio punto con impostas y claves de los accesos, o las ventanas geminadas de la fachada principal, que curvan su base para adaptarse al arco de la entrada.

En la fotografía que encabeza esta entrada vemos el aspecto original que ofrecía la capilla, con sus muros de mampostería vista, la espadaña con campana y coronada con una cruz de hierro, y una pequeña hornacina con un Sagrado Corazón de Jesús en la parte más alta de la fachada principal. En reformas posteriores se enfoscaron de cemento los paramentos de mampostería, y en la última rehabilitación fue necesario rehacer la espadaña, perdiéndose la campana y la cruz, eliminándose también la hornacina de la fachada.

No obstante, el edificio sigue manteniendo una perfecta armonía con el conjunto del antiguo poblado ferroviario, transformado desde hace ya mucho tiempo en barrio, constituyendo un importante conjunto arquitectónico y patrimonial, cargado de historia, memoria e identidad para los vecinos y vecinas de Las Matas.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)


 

lunes, 10 de febrero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVIII): Una Calle Real de Las Rozas que ya muy pocos han conocido

 


Las referencias documentales e historiográficas con las que contamos parecen indicar que, al menos desde la segunda mitad del siglo XIII, debía existir ya algún tipo de pequeño asentamiento en el lugar que hoy en día ocupa el pueblo de Las Rozas.

Este primigenio núcleo de población se situaba en el fondo de una vaguada, en parte protegida de los vientos serranos y por la que fluía un pequeño arroyo de cauce estacional. Esta circunstancia provocaría que, a lo largo del tiempo, sus edificios se fueran organizando en dos bandas longitudinales y paralelas, dejando un amplio espacio de separación entre ambas por cuyo centro discurría el mencionado arroyuelo que, en época de lluvias, recogía las escorrentías de las numerosas y pronunciadas laderas existentes en la zona.

Fue así constituyéndose la arteria principal del pueblo que, con el paso del tiempo, se acabaría convirtiendo en la actual calle Real, en torno a la cual se fue articulando el progresivo desarrollo urbano de Las Rozas, dando paso a la aparición de una serie de pequeños barrios que acabaron conformando su casco histórico.

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, para tratar de evitar los múltiples problemas que causaba la existencia de un arroyo en la calle más importante del pueblo, se decidió construir una gavia con la que encauzar sus aguas y evitar así los incómodos lodazales. Para posibilitar el tránsito de personas entre una y otra orilla de esta gavia fueron surgiendo una serie de pequeños puentes o pasarelas que recibían nombres populares, como de Cahete (a la altura de la Cuesta de San Francisco), del Tío Polo (frente a la C/Romeral), del Tío Juanito, del Tío Colilla o de Ladrillo. Este último era el más grande y el de más sólida construcción, y se ubicaba, más o menos, en el inicio de la actual avenida de la Constitución. A principios de los años 30 del siglo XX se procedió a eliminar la gavia, la cual, además de suponer un incómodo obstáculo en la arteria principal del pueblo, se había convertido en un problema de salubridad por el estancamiento de aguas residuales y la acumulación de inmundicias, siendo parcialmente soterrada.

Por otro lado, hasta el siglo XVIII, la principal vía que desde Madrid conducía a El Escorial atravesaba el centro del pueblo, lo que convertía a la calle Real en paso obligado de los viajeros que transitaban por esta ruta. Sería en el último tercio de ese siglo, durante el reinado de Carlos III, cuando se procedió a la construcción de una nueva carretera que, partiendo de Las Rozas y bordeando el pueblo por su parte sur, se dirigía a El Escorial por el puerto de Galapagar, la cual sería el origen de la actual ctra. de El Escorial.

La calle Real dejaba así de formar parte de una de las más importantes vías de comunicación que conducían a la capital, pero mantenía su condición de principal centro neurálgico del pueblo. En ella se situó siempre la plaza Mayor, así como la antigua Casa del Concejo, posterior Ayuntamiento, que, a pesar de las múltiples transformaciones, han mantenido una ubicación muy parecida a lo largo del tiempo.

Por esta calle han transitado viajeros de diferentes épocas; ha sido espacio de mercados, ferias, fiestas, encierros taurinos, desfiles y procesiones; ha presenciado combates y destrucciones en más de una guerra; zona de ocio y zona comercial; pero, sobre todo, ha sido uno de los marcos principales en los que se ha desarrollado el día a día de los habitantes de Las Rozas, desde sus orígenes remotos, allá por la segunda mitad del siglo XIII, hasta nuestros días.

Actualmente, la calle Real, convertida en vía peatonal en buena parte de su trazado, sigue siendo la calle más amplia e importante del casco histórico de Las Rozas. Un emblemático espacio de tránsito y sociabilidad para vecinos y visitantes.

La fotografía que encabeza esta entrada muestra una Calle Real que ya muy poca gente ha conocido. Está fechada en 1939, recién terminada la Guerra Civil, antes de que las actuaciones de reconstrucción desarrolladas por el organismo Regiones Devastadas transformaran el aspecto que había mantenido durante siglos. Aunque se han retirado los escombros causados por los bombardeos, muchos edificios muestran los estragos de la guerra, especialmente los que se encuentran a la izquierda de la imagen, la mayoría de los cuales terminarían siendo demolidos. Al fondo destaca el ayuntamiento, un edificio de buena construcción pero que estéticamente no se diferenciaba demasiado de otras casas del pueblo. Constaba de dos plantas, muros encalados y cubierta de tejas a dos aguas. En ese mismo lugar se situaba la Plaza Mayor, en realidad, un ligero ensanchamiento de la calle Real presidido por la citada Casa Consistorial. En su proyecto de reconstrucción, Regiones Devastadas decidió demoler el antiguo ayuntamiento y alguna otra edificación aledaña para construir una plaza de nueva planta, orientada ya no hacia la calle Real, como lo había hecho siempre, sino hacia la actual Avda. de la Constitución, y cuyo resultado final sería la Plaza Mayor que conocemos hoy en día. En la fotografía también se puede intuir el desaparecido arroyo que durante siglos atravesó longitudinalmente la C/Real, eliminado a principios de los años 30, cuyo cauce, ya soterrado, discurriría entre las dos hiladas paralelas de árboles situadas en el centro de la imagen.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)

martes, 21 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVII): La Cigüeña María


Desde tiempos inmemoriales, las cigüeñas han sido animales considerados benefactores y portadores de buena suerte. Sin duda, ello se ha debido a que estas zancudas aves se alimentan de infinidad de otros animales considerados molestos y hasta perjudiciales, especialmente para los cultivos. En un mundo eminentemente agrícola, la sabiduría popular fue transmitiendo esta imagen positiva, presentando a la cigüeña como una especie amiga, tal y como recogen multitud de leyendas, cuentos, coplas, canciones y refranes tradicionales del centro y sur europeo. Sus hábitos migratorios, regresando todos los años al final del crudo invierno, y su predilección por anidar en tejados, torres, campanarios y espadañas de iglesias, sin ninguna duda los edificios más simbólicos y espirituales para las poblaciones rurales, contribuyó a reforzar el respeto y consideración que se tenía hacia estas aves. Una imagen positiva que, a pesar de las enormes transformaciones generadas por el desarrollo y la modernidad, se ha mantenido hasta nuestros días.

Por todo ello, no resulta extraño que en Las Rozas, que durante siglos había sido un pueblo eminentemente agrícola y ganadero, el día que en sus calles apareció una pequeña cigüeña magullada e incapaz de volar, resultándole por tanto imposible emigrar, algunos vecinos decidieran asistir al desvalido animal.

El suceso aconteció a principios de los años 60, y según contaron quienes lo vivieron, fue un muchacho del pueblo llamado Manuel quien recogió al animal y le dio cobijo en la fundición que su tío, el Sr. González, tenía en lo que hoy es la Plaza de España, donde trabajaba como aprendiz, alimentándola y cuidándola con cariño, por lo que sus amigos le pusieron el apodo del “Cigüeño”, que a él parece que nunca le molestó.

Con el tiempo, la cigüeña, que nunca pudo volver a volar, cogió confianza y comenzó a pasearse tranquilamente por las calles del pueblo, ganándose las simpatías de los vecinos, que la bautizaron con el nombre de María.

Durante el día, la cigüeña María, con sus largas y pausadas zancadas, recorría el pueblo a su aire, entraba en los bares y en las casas con familiaridad, o se detenía en la puerta de la pescadería y la carnicería esperando recibir algo de comida. El animal generaba simpáticas y divertidas situaciones con niños y mayores, lo que le otorgó una gran popularidad entre los roceños, que la acabaron considerando como una vecina más. Llegada la noche, el animal solía recogerse en la fundición en que inicialmente fue acogida, donde pernoctaba al resguardo del frío y otras inclemencias meteorológicas.

La cigüeña María vivió en Las Rozas durante 3 o 4 años, hasta que un triste día apareció muerta, sin que nunca se aclarase que es lo que había sucedido. No obstante, la memoria de tan peculiar episodio permaneció en el recuerdo de los vecinos, de manera que, muchos años después, el animal terminaría convirtiéndose en uno de los principales símbolos de Las Rozas. Primero en forma de pequeña escultura (diseñada por el artista Miguel Ángel Sánchez) que, a principios de los 90, entregaba el Ayuntamiento como galardón a destacadas personalidades y, poco después, ya de manera institucional, formando parte de la bandera y el escudo de Las Rozas y, por extensión, siendo el logo corporativo del municipio. Además, una plaza del pueblo y una escuela infantil tienen el nombre de la Cigüeña María, y en diferentes puntos del municipio existen estatuas y representaciones de este animal, todas ellas diseñadas y confeccionadas en la desaparecida escuela-taller que dirigía Enrique Mijillo, y que tan buena labor desarrolló entre la juventud roceña a finales de los ochenta y mediados de los noventa.

La fotografía que encabeza esta entrada fue realizada, como tantas otras icónicas imágenes de Las Rozas de aquellos tiempos, por Pablo Gómez Bravo, al que ya nos hemos referido en otras ocasiones. En la imagen, vemos a unas niñas posando junto a la cigüeña María en la esquina de la calle Iglesia de San Miguel con la calle de la Fuente.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Pablo Gómez Bravo)

sábado, 18 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVI): Una plaza de nueva planta


Regiones Devastadas, en su proyecto de reconstrucción de Las Rozas tras la guerra, mantuvo la ubicación de la Plaza Mayor, pero modifico su orientación, abriéndola hacia una avenida de nueva construcción (la actual Avda. de la Constitución) en vez de hacerlo hacia la calle Real, como había sucedido hasta entonces. También transformó por completo su aspecto estético, diseñando una plaza de nueva planta que nada tenía que ver con la anterior.

De traza casi cuadrada, la nueva plaza, situada al final de la calle Real, se elevaba ligeramente sobre el nivel de esta, salvando la diferencia de alturas por medio de unos muretes de granito con escalinatas a modo de graderíos que daban acceso a un amplio espacio delimitado en tres de sus lados por edificios de dos plantas con soportales.

La plaza fue concebida como centro administrativo, con el Ayuntamiento que, ocupando el edificio principal, destacaba del conjunto por su austero pórtico, amplio balcón, y especie de pequeño torreón con escudo, reloj y cubierta rematada con chapitel de pizarra de reminiscencias herrerianas; centro de servicios, pues en ella se situaron la oficina de correos y telégrafos, el estanco, la farmacia y el teléfono público, además de algunos comercios; y espacio recreativo, con café-bar e incluso cine. Todo ello complementado con algunas viviendas que ocupaban las plantas altas y, como es lógico, convirtiéndose desde entonces, por su ubicación y amplitud, en el centro neurálgico de todas las celebraciones, actos conmemorativos y fiestas de carácter popular.

Las obras se iniciaron en 1941, y aunque paulatinamente fueron entrando en servicio los diferentes edificios según se iban terminando, los trabajos no se darían por totalmente concluidos hasta 1950.

Esta fotografía, realizada hacia 1943-1944, nos muestra una plaza Mayor, con sus edificios principales prácticamente finalizados, recibiendo la visita de responsables de Regiones Devastadas y otras autoridades interesadas en conocer el desarrollo de las obras. En la imagen, llama especialmente la atención la presencia hegemónica que en el conjunto urbano tiene la iglesia de San Miguel Arcángel, recién restaurada tras los graves daños que había sufrido durante la contienda, y con el cerro sobre el que se asienta totalmente despejado de edificaciones, pues todavía no se ha comenzado la construcción de los conjuntos de viviendas proyectados entre la iglesia y la calle Real (viviendas de la C/Escalerilla, casas parroquiales y esquina de la actual Avda. de la Constitución). No obstante, en la ladera del cerro son visibles ya los aterrazamientos efectuados en el terreno para la construcción de los recios muros de mampostería de granito que, junto a una serie de amplias escalinatas, conformarán los jardines de acceso al templo.

Poco a poco, el casco urbano de Las Rozas se iba recuperando de los desastres de la guerra.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)



jueves, 16 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XV): La torre de la iglesia de Santa Catalina Mártir de Majadahonda


Parece que la actual Majadahonda podría tener su origen en un pequeño asentamiento del siglo XIII fundado por los pastores segovianos que en aquellos tiempos transitaban por estos lugares. De hecho, el propio topónimo es una clara alusión a los sitios en los que se recogían los rebaños y se alojaban los pastores para descansar o pasar las noches. Desde muy pronto, dicho asentamiento contó con una ermita o pequeño templo ubicado en el mismo lugar que hoy en día ocupa la iglesia parroquial de Santa Catalina Mártir.

Por lo que se desprende de ciertos documentos, especialmente un informe sobre el estado que ofrecía la iglesia de Majadahonda elaborado en 1670 por el Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo, Cristóbal Rodríguez de Jarama y Roxas, dicho templo estaba adosado a un viejo torreón que cumplía la función de campanario. Según el mismo documento, este torreón, que describe como muy ancho y muy alto, parecía haber sido reedificado varias veces.

Este tipo de referencias, junto a las características orográficas del emplazamiento, en lo alto de un cerro de pronunciada pendiente con un buen dominio visual del territorio, han llevado a pensar que, muy probablemente, dicho torreón sería originariamente una de las muchas atalayas de vigilancia, levantadas entre los siglos IX y X, que formaban parte de la denominada Marca Media, la línea defensiva fronteriza organizada por los musulmanes para hacer frente a los esporádicos ataques de las huestes cristianas del noroeste peninsular. Esta línea estaba formada por importantes fortalezas, como Talamanca del Jarama, Alcalá de Henares, Calatalifa (Villaviciosa de Odón) o el propio Madrid, y por una red de atalayas de la que han llegado hasta nuestros días interesantes ejemplos, como son las de El Berrueco, El Vellón, Arrebatacapas o Torrelodones, u otras, ya desaparecidas pero de las que tenemos referencias toponímicas, como sería el caso de Atalayuela del Pardo, La Atalaya de Pozuelo de Alarcón o los diversos lugares con el nombre de Torrejón.

Las características de estas atalayas eran muy similares: estructura cilíndrica construidas a base de hiladas de mampostería y argamasa de arena y cal reforzada con piedra. Tenían dos o tres plantas y una única entrada ubicada a cierta altura del suelo, a la que se accedía por medio de una escalera de mano, la cual se retiraba para dificultar el acceso a los posibles enemigos. Para comunicarse con las atalayas contiguas hacían señales de humo durante el día o de fuego durante la noche, encendiendo hogueras en la parte alta del torreón.

Como decimos, es muy probable que la torre a la que se refiere el mencionado informe del siglo XVII fuera originariamente una de estas atalayas, reconstruida varias veces a lo largo del tiempo para ser aprovechada como campanario. En cualquier caso, el mal estado de conservación que para esas fechas ofrecían, tanto la torre como el conjunto de la iglesia, impulsaron una serie de reformas en el edificio que, entre otras cosas, supusieron la demolición del viejo torreón y la construcción de una nueva torre campanario.

Estos trabajos se desarrollaron a lo largo del último tercio del siglo XVII, encargándose la construcción de la nueva torre al Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo Santiago de Sopeña. La torre debió quedar finalizada en torno a 1680, pero el Maestro Santiago de Sopeña se vio obligado a pleitear con el concejo de Majadahonda hasta enero de 1688, momento en que consiguió cobrar el último de los pagos que se le adeudaban por el trabajo realizado.

La torre campanario, de unos 20 m de altura y planta cuadrada, se construyó de ladrillo visto sobre zócalo de granito, con cubierta de teja curva a cuatro aguas. Con el paso de los siglos, a la torre se le añadió una veleta y un reloj en la fachada que daba a la plaza, con una pequeña campana sobre el tejado para dar las horas. Este es el aspecto que mantuvo hasta el final de la guerra civil, momento en que el organismo Regiones Devastadas se encargó de la reconstrucción del pueblo. Tras varios informes y proyectos elaborados por diferentes arquitectos (en 1940 por Víctor Calvo Martínez de Azcoitia, en 1944 por D. Juan Armando González Cabeza de la Puente y en 1949 por D. Félix Ugalde Rodrigo), las obras se dieron por finalizadas en 1953, dando como resultado una iglesia que, en esencia, mantenía sus características principales, pero en las que destacaban varios cambios, como el enfoscado blanco de todas sus fachadas, incluida la torre, o la colocación sobre esta de un chapitel, todo ello, muy en consonancia con los gustos estéticos que Regiones Devastadas desarrollaba en todas sus intervenciones.

En la fotografía que encabeza esta entrada, podemos apreciar el aspecto que ofrecía la torre y fachada principal de la iglesia de Santa Catalina Mártir en los años 30 del siglo pasado, con un grupo de personas posando para la cámara. Al fondo aparece el pórtico de acceso con tejado a tres aguas sobre columnas de granito que, tras la guerra, sería reemplazado por el actual, formado por arcos de medio punto, trasladando el antiguo a la nueva entrada que se abrió en la fachada oeste, al lado de la torre.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: “Imágenes de Majadahonda. Recuerdos de nuestro pueblo”, Ayto. de Majadahonda, 1999)