martes, 21 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVII): La Cigüeña María


Desde tiempos inmemoriales, las cigüeñas han sido animales considerados benefactores y portadores de buena suerte. Sin duda, ello se ha debido a que estas zancudas aves se alimentan de infinidad de otros animales considerados molestos y hasta perjudiciales, especialmente para los cultivos. En un mundo eminentemente agrícola, la sabiduría popular fue transmitiendo esta imagen positiva, presentando a la cigüeña como una especie amiga, tal y como recogen multitud de leyendas, cuentos, coplas, canciones y refranes tradicionales del centro y sur europeo. Sus hábitos migratorios, regresando todos los años al final del crudo invierno, y su predilección por anidar en tejados, torres, campanarios y espadañas de iglesias, sin ninguna duda los edificios más simbólicos y espirituales para las poblaciones rurales, contribuyó a reforzar el respeto y consideración que se tenía hacia estas aves. Una imagen positiva que, a pesar de las enormes transformaciones generadas por el desarrollo y la modernidad, se ha mantenido hasta nuestros días.

Por todo ello, no resulta extraño que en Las Rozas, que durante siglos había sido un pueblo eminentemente agrícola y ganadero, el día que en sus calles apareció una pequeña cigüeña magullada e incapaz de volar, resultándole por tanto imposible emigrar, algunos vecinos decidieran asistir al desvalido animal.

El suceso aconteció a principios de los años 60, y según contaron quienes lo vivieron, fue un muchacho del pueblo llamado Manuel quien recogió al animal y le dio cobijo en la fundición que su tío, el Sr. González, tenía en lo que hoy es la Plaza de España, donde trabajaba como aprendiz, alimentándola y cuidándola con cariño, por lo que sus amigos le pusieron el apodo del “Cigüeño”, que a él parece que nunca le molestó.

Con el tiempo, la cigüeña, que nunca pudo volver a volar, cogió confianza y comenzó a pasearse tranquilamente por las calles del pueblo, ganándose las simpatías de los vecinos, que la bautizaron con el nombre de María.

Durante el día, la cigüeña María, con sus largas y pausadas zancadas, recorría el pueblo a su aire, entraba en los bares y en las casas con familiaridad, o se detenía en la puerta de la pescadería y la carnicería esperando recibir algo de comida. El animal generaba simpáticas y divertidas situaciones con niños y mayores, lo que le otorgó una gran popularidad entre los roceños, que la acabaron considerando como una vecina más. Llegada la noche, el animal solía recogerse en la fundición en que inicialmente fue acogida, donde pernoctaba al resguardo del frío y otras inclemencias meteorológicas.

La cigüeña María vivió en Las Rozas durante 3 o 4 años, hasta que un triste día apareció muerta, sin que nunca se aclarase que es lo que había sucedido. No obstante, la memoria de tan peculiar episodio permaneció en el recuerdo de los vecinos, de manera que, muchos años después, el animal terminaría convirtiéndose en uno de los principales símbolos de Las Rozas. Primero en forma de pequeña escultura (diseñada por el artista Miguel Ángel Sánchez) que, a principios de los 90, entregaba el Ayuntamiento como galardón a destacadas personalidades y, poco después, ya de manera institucional, formando parte de la bandera y el escudo de Las Rozas y, por extensión, siendo el logo corporativo del municipio. Además, una plaza del pueblo y una escuela infantil tienen el nombre de la Cigüeña María, y en diferentes puntos del municipio existen estatuas y representaciones de este animal, todas ellas diseñadas y confeccionadas en la desaparecida escuela-taller que dirigía Enrique Mijillo, y que tan buena labor desarrolló entre la juventud roceña a finales de los ochenta y mediados de los noventa.

La fotografía que encabeza esta entrada fue realizada, como tantas otras icónicas imágenes de Las Rozas de aquellos tiempos, por Pablo Gómez Bravo, al que ya nos hemos referido en otras ocasiones. En la imagen, vemos a unas niñas posando junto a la cigüeña María en la esquina de la calle Iglesia de San Miguel con la calle de la Fuente.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Pablo Gómez Bravo)

sábado, 18 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVI): Una plaza de nueva planta


Regiones Devastadas, en su proyecto de reconstrucción de Las Rozas tras la guerra, mantuvo la ubicación de la Plaza Mayor, pero modifico su orientación, abriéndola hacia una avenida de nueva construcción (la actual Avda. de la Constitución) en vez de hacerlo hacia la calle Real, como había sucedido hasta entonces. También transformó por completo su aspecto estético, diseñando una plaza de nueva planta que nada tenía que ver con la anterior.

De traza casi cuadrada, la nueva plaza, situada al final de la calle Real, se elevaba ligeramente sobre el nivel de esta, salvando la diferencia de alturas por medio de unos muretes de granito con escalinatas a modo de graderíos que daban acceso a un amplio espacio delimitado en tres de sus lados por edificios de dos plantas con soportales.

La plaza fue concebida como centro administrativo, con el Ayuntamiento que, ocupando el edificio principal, destacaba del conjunto por su austero pórtico, amplio balcón, y especie de pequeño torreón con escudo, reloj y cubierta rematada con chapitel de pizarra de reminiscencias herrerianas; centro de servicios, pues en ella se situaron la oficina de correos y telégrafos, el estanco, la farmacia y el teléfono público, además de algunos comercios; y espacio recreativo, con café-bar e incluso cine. Todo ello complementado con algunas viviendas que ocupaban las plantas altas y, como es lógico, convirtiéndose desde entonces, por su ubicación y amplitud, en el centro neurálgico de todas las celebraciones, actos conmemorativos y fiestas de carácter popular.

Las obras se iniciaron en 1941, y aunque paulatinamente fueron entrando en servicio los diferentes edificios según se iban terminando, los trabajos no se darían por totalmente concluidos hasta 1950.

Esta fotografía, realizada hacia 1943-1944, nos muestra una plaza Mayor, con sus edificios principales prácticamente finalizados, recibiendo la visita de responsables de Regiones Devastadas y otras autoridades interesadas en conocer el desarrollo de las obras. En la imagen, llama especialmente la atención la presencia hegemónica que en el conjunto urbano tiene la iglesia de San Miguel Arcángel, recién restaurada tras los graves daños que había sufrido durante la contienda, y con el cerro sobre el que se asienta totalmente despejado de edificaciones, pues todavía no se ha comenzado la construcción de los conjuntos de viviendas proyectados entre la iglesia y la calle Real (viviendas de la C/Escalerilla, casas parroquiales y esquina de la actual Avda. de la Constitución). No obstante, en la ladera del cerro son visibles ya los aterrazamientos efectuados en el terreno para la construcción de los recios muros de mampostería de granito que, junto a una serie de amplias escalinatas, conformarán los jardines de acceso al templo.

Poco a poco, el casco urbano de Las Rozas se iba recuperando de los desastres de la guerra.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)



jueves, 16 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XV): La torre de la iglesia de Santa Catalina Mártir de Majadahonda


Parece que la actual Majadahonda podría tener su origen en un pequeño asentamiento del siglo XIII fundado por los pastores segovianos que en aquellos tiempos transitaban por estos lugares. De hecho, el propio topónimo es una clara alusión a los sitios en los que se recogían los rebaños y se alojaban los pastores para descansar o pasar las noches. Desde muy pronto, dicho asentamiento contó con una ermita o pequeño templo ubicado en el mismo lugar que hoy en día ocupa la iglesia parroquial de Santa Catalina Mártir.

Por lo que se desprende de ciertos documentos, especialmente un informe sobre el estado que ofrecía la iglesia de Majadahonda elaborado en 1670 por el Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo, Cristóbal Rodríguez de Jarama y Roxas, dicho templo estaba adosado a un viejo torreón que cumplía la función de campanario. Según el mismo documento, este torreón, que describe como muy ancho y muy alto, parecía haber sido reedificado varias veces.

Este tipo de referencias, junto a las características orográficas del emplazamiento, en lo alto de un cerro de pronunciada pendiente con un buen dominio visual del territorio, han llevado a pensar que, muy probablemente, dicho torreón sería originariamente una de las muchas atalayas de vigilancia, levantadas entre los siglos IX y X, que formaban parte de la denominada Marca Media, la línea defensiva fronteriza organizada por los musulmanes para hacer frente a los esporádicos ataques de las huestes cristianas del noroeste peninsular. Esta línea estaba formada por importantes fortalezas, como Talamanca del Jarama, Alcalá de Henares, Calatalifa (Villaviciosa de Odón) o el propio Madrid, y por una red de atalayas de la que han llegado hasta nuestros días interesantes ejemplos, como son las de El Berrueco, El Vellón, Arrebatacapas o Torrelodones, u otras, ya desaparecidas pero de las que tenemos referencias toponímicas, como sería el caso de Atalayuela del Pardo, La Atalaya de Pozuelo de Alarcón o los diversos lugares con el nombre de Torrejón.

Las características de estas atalayas eran muy similares: estructura cilíndrica construidas a base de hiladas de mampostería y argamasa de arena y cal reforzada con piedra. Tenían dos o tres plantas y una única entrada ubicada a cierta altura del suelo, a la que se accedía por medio de una escalera de mano, la cual se retiraba para dificultar el acceso a los posibles enemigos. Para comunicarse con las atalayas contiguas hacían señales de humo durante el día o de fuego durante la noche, encendiendo hogueras en la parte alta del torreón.

Como decimos, es muy probable que la torre a la que se refiere el mencionado informe del siglo XVII fuera originariamente una de estas atalayas, reconstruida varias veces a lo largo del tiempo para ser aprovechada como campanario. En cualquier caso, el mal estado de conservación que para esas fechas ofrecían, tanto la torre como el conjunto de la iglesia, impulsaron una serie de reformas en el edificio que, entre otras cosas, supusieron la demolición del viejo torreón y la construcción de una nueva torre campanario.

Estos trabajos se desarrollaron a lo largo del último tercio del siglo XVII, encargándose la construcción de la nueva torre al Maestro Mayor de Obras del Arzobispado de Toledo Santiago de Sopeña. La torre debió quedar finalizada en torno a 1680, pero el Maestro Santiago de Sopeña se vio obligado a pleitear con el concejo de Majadahonda hasta enero de 1688, momento en que consiguió cobrar el último de los pagos que se le adeudaban por el trabajo realizado.

La torre campanario, de unos 20 m de altura y planta cuadrada, se construyó de ladrillo visto sobre zócalo de granito, con cubierta de teja curva a cuatro aguas. Con el paso de los siglos, a la torre se le añadió una veleta y un reloj en la fachada que daba a la plaza, con una pequeña campana sobre el tejado para dar las horas. Este es el aspecto que mantuvo hasta el final de la guerra civil, momento en que el organismo Regiones Devastadas se encargó de la reconstrucción del pueblo. Tras varios informes y proyectos elaborados por diferentes arquitectos (en 1940 por Víctor Calvo Martínez de Azcoitia, en 1944 por D. Juan Armando González Cabeza de la Puente y en 1949 por D. Félix Ugalde Rodrigo), las obras se dieron por finalizadas en 1953, dando como resultado una iglesia que, en esencia, mantenía sus características principales, pero en las que destacaban varios cambios, como el enfoscado blanco de todas sus fachadas, incluida la torre, o la colocación sobre esta de un chapitel, todo ello, muy en consonancia con los gustos estéticos que Regiones Devastadas desarrollaba en todas sus intervenciones.

En la fotografía que encabeza esta entrada, podemos apreciar el aspecto que ofrecía la torre y fachada principal de la iglesia de Santa Catalina Mártir en los años 30 del siglo pasado, con un grupo de personas posando para la cámara. Al fondo aparece el pórtico de acceso con tejado a tres aguas sobre columnas de granito que, tras la guerra, sería reemplazado por el actual, formado por arcos de medio punto, trasladando el antiguo a la nueva entrada que se abrió en la fachada oeste, al lado de la torre.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: “Imágenes de Majadahonda. Recuerdos de nuestro pueblo”, Ayto. de Majadahonda, 1999)

jueves, 9 de enero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XIV): De lo cotidiano

Haciendo uso de la fuente pública que existía en la Calle Iglesia de San Miguel (P. Gómez Bravo)

El día a día por el que nos movemos está repleto de acciones, lugares, personas o sonidos que, por frecuentes y esperables, apenas llaman nuestra atención.

En general, reparamos en muy pocas de estas cosas habituales y cotidianas que parecen formar parte de un paisaje estático e inmutable.

Sin embargo, un día sucede que un antiguo edificio es demolido, un comercio de toda la vida desaparece, el descampado donde jugabas de niño es ahora un aparcamiento, en el bar donde solías tomar el aperitivo se jubilan y echan el cierre, el pequeño encinar que resistía el paso del tiempo se convierte en una urbanización o aquel muro por el que correteaban las lagartijas los días soleados ya no existe.

Muchas veces son cambios sutiles, pequeñas variaciones que se suceden cadenciosamente, sin que apenas nos demos cuenta. Otras, son drásticas transformaciones que sorprenden por su rapidez y envergadura, impresionando de tal manera que llegan a conmover.

Y así, llega un día en el que esa cotidianidad ya solo existe en la memoria de quienes la conocieron, y los escenarios y lugares en los que esta se desarrollaba han experimentado tales transformaciones, que el pasado vivido en ellos apenas es ya una sombra de la que es difícil encontrar huellas.


Labrador en Ronda de la Plazuela esquina Calle de la Fuente (P. Gómez Bravo)

En los años 50 del siglo pasado, un vecino de Las Rozas llamado Pablo Gómez Bravo tuvo la sensibilidad de prestar atención a lo que, por habitual y frecuente, no parecía merecerla. Quizás fue consciente de que estaba siendo testigo de un mundo abocado a desaparecer en muy poco tiempo, por lo que decidió coger una cámara y recorrer las calles del pueblo fotografiando las cosas cotidianas: la conversación tranquila de unas mujeres sentadas a la puerta de su casa, unos niños jugando en mitad de la calle, un pastor conduciendo su rebaño de ovejas, labriegos con sus mulas y borricos yendo o volviendo del campo, el acarreo de cántaros de agua para la casa o la peculiar cigüeña María que, pasados los años, se acabaría convirtiendo en símbolo de Las Rozas.


Transitando con un borriquillo por la Calle de la Fuente (P. Gómez Bravo)

Gracias a estas instantáneas, que Pablo Gómez Bravo primero, y su familia después, han compartido altruista y generosamente en múltiples ocasiones, podemos conocer (o recordar aquellos que lo vivieron) un pueblo y unas formas de vida que ya no existen, pero que existieron, sorprendiéndonos al igual que en ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismos al ser conscientes de lo mucho que han cambiado algunos de los lugares que forman parte de nuestra vida, o de la misma manera que la cotidianidad presente, pasado el tiempo, sorprenderá a quienes encuentren huellas, referencias o recuerdos de la misma.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de las fotografías históricas: Pablo Gómez Bravo)

jueves, 19 de diciembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (XIII): El Barrio Ferroviario de Las Matas, un siglo de historia bien llevado


No es muy habitual encontrar espacios en los municipios del noroeste madrileño que se hayan visto poco afectados por las transformaciones urbanísticas. Por el contrario, lo más frecuente es que muchos edificios singulares, e incluso barrios enteros, hayan sufrido enormes cambios o desaparecido por completo. Por ello, resulta muy llamativo que un conjunto urbano con casi un siglo de historia, se haya mantenido prácticamente inalterable a lo largo del tiempo.

Este es el caso del barrio ferroviario de Las Matas, cuyos orígenes nos retrotraen a 1915, momento en que la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España decidió construir la que sería la primera estación de clasificación de nuestro país, un enorme complejo ferroviario en el que poder realizar la descomposición de los trenes y la formación de los convoyes de vagones con arreglo a sus cargas y destinos.

Dicha estación comenzó a funcionar en 1919 y, poco después, se decidió la construcción de un poblado ferroviario en el que alojar al personal de la misma y a sus familias. Los trabajos se iniciaron en 1922 y se alargaron hasta 1926, dando como resultado un pequeño núcleo de población compuesto por 38 viviendas, 32 de ellas de planta baja y las otras 6 en dos bloques de dos alturas.

El conjunto de casas bajas se situó en paralelo a la vía férrea, extendiéndose de forma lineal a lo largo de una única y espaciosa calle, que hoy recibe el nombre de San José Obrero. En su parte alta, esta calle desembocaba en una explanada que conformaba la plaza del poblado, y que quedaba definida por la iglesia, la escuela y los bloques de viviendas de dos alturas, cada uno de ellos con sendas casas de una planta adosadas a sus laterales.

El tiempo ha pasado y Las Matas ha crecido mucho, pero, como señalábamos al principio, el primitivo poblado ferroviario, convertido ya en barrio, se ha mantenido prácticamente igual que en sus inicios. Como es lógico, su calle ha sido pavimentada y sus aceras mejoradas. Las casas han pasado por diferentes reformas y mejoras que, afortunadamente, apenas han transformado su estilo y unidad estética, y los elementos añadidos, como una oficina de correos o la ampliación de la escuela, no distorsionan en exceso el conjunto original. Por conservar, se conserva hasta el depósito en altura sostenido por raíles de tren que abastecía de agua al poblado.

Además, Las Matas ha sabido mantener una estrecha relación con su historia ferroviaria, como demuestra la existencia de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Las Matas (AFEMAT), fundada en 2003; la instalación en sus calles de una locomotora Mikado, otra Talgo y un vagón blindado, tres piezas de gran interés histórico que pueden ser visitadas; o la reconversión de su antigua iglesia,  que desde 1998 llevaba desacralizada y en desuso , en un Museo del Ferrocarril tras su rehabilitación en 2009. 

Sin duda, Las Matas constituye un gran ejemplo de conservación del patrimonio histórico-cultural y del compromiso e identificación de los vecinos con su pasado.

La fotografía muestra el aspecto que ofrecía la actual calle San José Obrero en 1941.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica:  Archivo Histórico Ferroviario. Fundación de los Ferrocarriles Españoles)

domingo, 15 de diciembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (XII): Día de fiesta: Majadahonda, años 20 del siglo pasado

 

Desde muy antiguo, uno de los momentos más destacados de las fiestas patronales de Majadahonda ha sido la tarde de toros.

La corrida se celebraba en la que, por aquel entonces, era la plaza principal del pueblo, un amplio espacio abierto de planta irregular, en el que, además de la iglesia, se situaban otros edificios singulares, como el ayuntamiento o el casino, junto a diversas viviendas particulares, y al que iban a desembocar algunas de las principales avenidas del pueblo, como eran la calle Real (dividida en Alta y Baja) o la calle de la Iglesia.

Durante las fiestas, la plaza se engalanaba con farolillos, guirnaldas y banderines de colores, desplegados desde una farola de hierro fundido que había en el centro, hasta las fachadas y balcones de los edificios. El espacio para la lidia se acotaba con carros y talanqueras hechas con maderos y tablones, y se preparaba, también a base de tableros, una pequeña tarima reservada para la banda de música.

En este improvisado coso, maletillas y novilleros de poco nombre intentaban sacar algunos pases decentes a reses complicadas y resabiadas, muchas veces, jugándose el tipo en ello. Concluida la faena, los toreros intentaban complementar el escaso dinero fijado en el contrato que habían firmado con el ayuntamiento, haciendo una especie de vuelta al ruedo con el capote abierto y sostenido entre dos o tres de ellos, con la esperanza de que, desde los carros, balcones y barreras, el público fuera generoso y arrojase al capote alguna moneda extra.

Según el testimonio que han dejado algunos majariegos que conocieron las corridas que se celebraban en esta plaza antes de la guerra, era costumbre dejar en mitad de la misma un carro de dos ruedas para que los mozos más atrevidos, que saltaban al ruedo tratando de dar algún pase, hacer recortes o correr a los toros, pudieran encontrar resguardo en él si se veían apurados. Muchas veces, esto provocaba que el carro basculase como un balancín sobre el eje central de sus ruedas, inclinándose hacia un lado u otro en función del número de personas que estuviesen subidas en él y de lo mucho o poco que se movieran con las acometidas del toro. Todo ello generaba infinidad de situaciones cómicas y divertidas, muchas veces incluso de peligro, que resultaban muy del agrado del público, por las risas, chascarrillos, nervios y sobresaltos que provocaban entre la concurrencia.

Esta fotografía, realizada en los años 20 del siglo pasado, recoge un momento de una de aquellas tardes. En la imagen aparece el antiguo pórtico de la entrada principal de la iglesia parroquial de Santa Catalina Mártir, transformado con tablones de madera en un pequeño palco desde el que presenciar la corrida. Por lo relajada que aparece la gente, y por el lugar en el que se encontraba el fotógrafo, está claro que, o todavía no había empezado la faena o se trataba de un pequeño descanso entre toro y toro.

La plaza está muy concurrida, ya que ese día, además del vecindario al completo, acudían a las fiestas de Majadahonda muchos forasteros de los pueblos cercanos, e incluso de la capital. Hombres y mujeres de todas las edades y muchos niños. Parece predominar el estrato social humilde, sobre todo jornaleros y braceros del campo con gorras y alpargatas, que es el que componía el grueso poblacional de los municipios del noroeste madrileño; pero también pueden distinguirse otros perfiles, como los que posiblemente correspondan a un pequeño propietario de estética aburguesada, con cuidado bigote, traje elegante y sombrero de paja estilo canotier; un artesano con su bata de trabajo, algunos señoritos con aires urbanitas, un agricultor acomodado con sombrero de fieltro o un clérigo con sotana y sombrero de teja. Además, en una de las columnas del pórtico, hay colocado un cartel en el que puede leerse “Reservado para la música”, y es que, a la derecha de la imagen, estaba situada la grada para la banda, de la que es posible ver, en la segunda fila, prácticamente fuera de encuadre, a dos de sus integrantes ataviados con gorra de plato.

Y, de fondo, la iglesia de Santa Catalina, con uno de los pocos muros que en aquel entonces estaba enfoscado y revocado de cal, y con el pórtico a tres aguas sobre columnas de granito que, tras la guerra, Regiones Devastadas reemplazó por el actual formado por seis arcos de medio punto, aprovechando las columnas del anterior para la construcción del que se situó en la nueva entrada que se abrió en la fachada oeste, donde permanece desde entonces.

Un alegre y popular día de fiesta que el fotógrafo captó en Majadahonda hace cerca de un siglo.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)

viernes, 13 de diciembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (XI): Señas de identidad


En 1940, el arquitecto Fernando García Rozas, junto a sus colaboradores José del Río y José M.ª Martínez Cubells, todos ellos miembros del organismo Regiones Devastadas, presentaban el proyecto para la reconstrucción de la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel.

A diferencia de lo que sucedió en otros pueblos cercanos, en los que la reconstrucción de sus respectivas iglesias supuso muchas veces una total transformación de las mismas, levantándolas de nueva planta o modificando en profundidad su traza y forma estética, en Las Rozas se optó, en la medida de los posible, por conservar todo lo que tras la guerra había quedado en condiciones de ser aprovechado y restituir el templo a su primitivo aspecto.

Hubo que demoler lo poco que se había mantenido en pie de la torre, pero la que fue levantada en su lugar se procuró que no difiriera en exceso de la anterior. La reparación de las enormes perforaciones que los proyectiles artilleros habían causado en sus muros, se hicieron a base de verdugadas y guarniciones de ladrillo visto con entrepaños de mampostería al descubierto, prescindiendo del recubrimiento de las fachadas con el enfoscado de cemento encalado tan habitual en las actuaciones de Regiones Devastadas, respetando por tanto el aspecto estético propio del mudéjar castellano que había caracterizado a la iglesia roceña desde que fuera levantada en la primera mitad del siglo XVI.

También se restauró la gran armadura de madera, consistente en un recio artesonado mudéjar, sobre la que reposaba la cubierta, e interiormente se mantuvo la sobriedad de los grandes paños lisos y encalados, así como los arcos de medio punto sobre pilastras de piedra granítica que separaban las naves. Lo mismo puede decirse de la bóveda de crucería del ábside, con sus características nervaturas y florones de estilo gótico, y de la capilla lateral, que se rehicieron tal cual eran.

Los mayores cambios en el interior se produjeron en el coro, construyéndose uno nuevo con balaustrada tallada en madera al estilo castellano, y algunas pequeñas modificaciones en el presbiterio, sobre todo en la zona de la escalinata de subida al altar, donde también se colocaron unas rejas de forja nuevas. Respecto al retablo mayor, se restauraron los pocos elementos que habían sobrevivido a la destrucción, reemplazando los que se habían perdido por otros de nuevo diseño. Por último, y como curiosidad, señalar que, aunque la restauración de Regiones Devastadas mantuvo el viejo púlpito de hierro forjado que se encontraba anclado a cierta altura en uno de los muros del presbiterio, en algún momento posterior acabó siendo eliminado, seguramente, por haber dejado de usarse.

Exteriormente, parece que la nueva torre perdió algo de altura respecto a la original, pero esto se suplió, en parte, añadiendo sobre la cubierta un chapitel de pizarra con ciertos aires herrerianos, algo muy del gusto de Regiones Devastadas, rematado con bola y cruz. Quienes conocieron la iglesia antes de la guerra comentaban que la cruz de la anterior torre llevaba incorporada una veleta, y que en la fachada que daba a la calle Real había un gran reloj circular de esfera blanca con números en negro.

Por último, se eliminó la que había sido casa del cura, una edificación con patio, sin el menor interés histórico o arquitectónico, que estaba adosada a lo largo de toda la fachada oeste, afeando el conjunto y manteniendo condenada la que podría considerarse como la entrada de las ocasiones importantes, pues es la que da acceso directo a la nave central, con el altar y el retablo mayor al fondo. De esta manera, la iglesia recuperó sus tres accesos originales: el que hemos mencionado que daba paso a la nave central por debajo del coro, y los dos colocados en los laterales del edificio, uno de entrada a la nave del evangelio y el otro a la nave de la epístola, siendo este último, con su arco de granito tallado y el pórtico a tres aguas sobre columnas también de granito, donde se situaba la entrada principal.

En 1943 se daban por concluidos los trabajos de reconstrucción, y el 30 de marzo de ese mismo año, el ministro de la Gobernación, acompañado del director de Regiones Devastadas, hacía la entrega solemne del edifico al Obispado Madrid-Alcalá.

Las Rozas recuperaba así su iglesia parroquial, que si bien es cierto que en el proceso de restauración, inevitablemente, perdió algo de la personalidad física y estética que había ido adquiriendo a lo largo de los siglos, al menos mantuvo su apariencia arquitectónica original y buena parte de su esencia estilística, de manera que los vecinos pudieron seguir reconociendo en este emblemático edificio una seña de identidad del pueblo y un elemento de continuidad e identificación sentimental con su pasado. Algo poco o nada habitual en las posteriores actuaciones urbanísticas que se han desarrollado en Las Rozas desde entonces.

En la fotografía, tomada en 1942 desde la calle Iglesia de San Miguel, podemos ver los trabajos de restauración llevados a cabo por Regiones Devastadas.

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)