domingo, 14 de septiembre de 2025

LAS FIESTAS PATRONALES DE MAJADAHONDA HACE UN SIGLO

 



Hoy, 14 de septiembre, es el día grande de las fiestas patronales de Majadahonda, que se celebran en horno al Santísimo Cristo de los Remedio.

Parece que el origen de esta celebración en Majadahonda se situaría en el siglo XVIII, cuando se construyó al sur del pueblo, junto al camino que conducía a Pozuelo, una ermita en honor al Cristo del Humilladero, posteriormente denominado de los Remedios.

La devoción hacia este Jesús crucificado arraigó con fuerza entre los majariegos, creándose una cofradía encargada de velar por el culto y cuidado de la imagen y su ermita, así como de impulsar obras piadosas y celebrar diversos actos religiosos a lo largo del año.

De todos ellos, el más importante se hacía coincidir con el día de la Exaltación de la Cruz (14 de septiembre). Unos días antes de esta fecha, la imagen era conducida en procesión desde su ermita hasta la iglesia parroquial, donde se celebraban diversos servicios religiosos acompañados de festejos. Terminados los días de fiesta, la imagen volvía a ser llevada a su ermita.

Con el tiempo, el culto y la celebración del Cristo de los Remedios se institucionalizaron, convirtiéndose en las fiestas patronales de Majadahonda, que se han venido celebrando desde entonces al final del verano.

En esta fotografía, realizada en los años 20 del siglo pasado, aparece uno de los momentos más esperados de las fiestas en aquellos tiempos, la tarde de toros, que congregaba a todo el vecindario y atraía hasta Majadahonda a multitud de forasteros procedentes de los pueblos colindantes, e incluso, de la capital y de otras poblaciones aún más distantes.

El festejo taurino se celebraba en la plaza principal, situada frente a la iglesia parroquial de Santa Catalina, que desde finales del siglo XIX recibía el nombre oficial de Plaza de la Constitución. Este espacio, en el que se situaba también el ayuntamiento, constituía el centro neurálgico de las fiestas patronales, siendo también el lugar en el que se desarrollaban los bailes con orquesta, otro de los platos fuertes de las fiestas.

Como podemos ver en la fotografía, el recinto para la lidia se acotaba con carros, tablones y talanqueras, que eran ocupados masivamente por los asistentes para ver las faenas que realizaban modestos toreros y maletillas contratados por el Ayuntamiento. Además de la lidia, se soltaban toros y vaquillas para que los mozos se lucieran con carreras, recortes y pases improvisados, no faltando los sustos y sobresaltos que provocaban las caídas y revolcones ocasionados por las embestidas de los animales.

Uno de los elementos más celebrados era el denominado “carro de la risa”, consistente en un carro de dos ruedas que se dejaba en el centro de la plaza para que los mozos pudieran ponerse a salvo del toro. En función del número de personas que subían al carro, este se balanceaba de un lado a otro, basculando sobre su propio eje como si fuera un columpio, con el riesgo que suponía quedar del lado caído frente al astado, lo que generaba todo tipo de situaciones cómicas, no exentas de riesgo, que el público celebraba con risas y algarabía.

En la fotografía podemos apreciar también el aspecto que ofrecía hace un siglo la fachada norte de la iglesia de Santa Catalina Mártir, con el pórtico original que daba acceso al templo, sustituido durante los trabajos de reconstrucción desarrollados por el organismo Regiones Devastadas tras la guerra.


Ver también la entrada "Una mirada al pasado XII: Día de fiesta, Majadahonda años 20 del siglo pasado"


Javier M. Calvo Martínez

Fotografía: Archivo personal de J. M. Calvo Martínez

jueves, 11 de septiembre de 2025

LA CALLE ESCALERILLA ANTES DE LA CALLE ESCALERILLA, SU ORIGEN Y POSTERIOR MALTRATO ESTÉTICO

El lugar que posteriormente ocuparía la calle Escalerilla al finalizar la guerra. Obsérvese el estado en el que se encontraba la iglesia de San Miguel como consecuencia de los bombardeos (Archivo personal de J. M. Calvo Martínez)


Una de las calles más singulares del casco antiguo de Las Rozas es la calle Escalerilla, que asciende desde la calle Real hasta la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel por medio de una sucesión de escalinatas.

Aunque su diseño original ha sido muy alterado, conserva esa particularidad de constituir una calle escalonada, cuya perspectiva es cerrada por el campanario de la iglesia parroquial, que ocupa un lugar dominante al situarse en la cota más elevada.

Esta calle tiene su origen en las actuaciones de reconstrucción desarrolladas por el organismo Regiones Devastadas al finalizar la guerra. En concreto, en el proyecto presentado en 1941 por el arquitecto Fernando García Rozas, que daría como resultado la construcción de un conjunto de viviendas y dependencias parroquiales situadas entre la calle Real y la iglesia, con la mencionada calle Escalerilla como eje vertebrador. Para ello, y aprovechando las grandes destrucciones que la contienda había ocasionado, Regiones Devastadas decidió demoler una serie de edificios situados en la calle Real, sustituyéndolos por otros de nueva planta.

Estas edificaciones, de una y dos alturas, se proyectaron como viviendas para labradores, contando con tres o cuatro dormitorios, cocina, comedor, despensa, aseo y los anexos necesarios para las labores agropecuarias: cuadra, cobertizo, corral, granero y pajar. Las viviendas, agrupadas en dos manzanas situadas a ambos lados de la calle Escalerilla, se complementaban con el conjunto parroquial, situado algo más arriba, entre las calles Lonja y Cándido Vicente, formado inicialmente por dos casas para los párrocos, separadas por la propia calle Escalerilla, una de las cuales, años después, terminaría siendo remodelada para, además de vivienda, cumplir las funciones de despachos y salón de actos.


Vista de calle Escalerilla recién terminada, en la que puede apreciarse la unidad estética, arquitectónica y urbanística diseñada por Regiones Devastadas. Fotografía realizada desde el campanario de la iglesia de San Miguel (Archivo personal de J. M. Calvo Martínez)


Todos los edificios mantenían entre ellos una unidad estética, combinando los muros encalados en tono ocre, con el ladrillo visto en verdugadas, dinteles, jambas, esquinales y cornisas.

El conjunto constituía una interesante secuencia urbana que iba desde la calle Real, vía principal del pueblo, hasta lo alto del cerrillo sobre el que se asienta la iglesia parroquial, sin duda, el edificio más simbólico y emblemático del municipio, ajustándose por tanto a la topografía del terreno de manera que acababa creando un paisaje urbano armónico y equilibrado en sus líneas y alturas, con el templo siempre presidiendo la composición. Efecto que se reforzó, aún más, con la posterior construcción, a base de mampostería de granito, de unos jardines aterrazados en torno a la iglesia.

Hoy en día, la calle Escalerilla ha perdido su simetría y armonía estética iniciales. Las agresiones urbanísticas que ha sufrido en las últimas décadas han desbaratado su original diseño, con edificios de diferentes estilos y alturas, la descomposición de los jardines aterrazados proyectados por Regiones Devastadas y la destrucción del último tramo de escaleras, sustituido por una escalinata impostada y totalmente descabalada del orden general, que llega a hacer daño a la vista.


La calle Escalerilla en la actualidad. Obsérvese como se ha destruido la unidad estética y la secuencia urbana que tenía el proyecto original de Regiones Devastadas (Fotografía J. M. Calvo Martínez)  

Una pena, pero nada nuevo respecto al pésimo tratamiento que, en general, ha recibido el patrimonio arquitectónico en el casco histórico de Las Rozas, donde podría hacerse un decálogo de malas prácticas que sirviera como manual para que los estudiantes de arquitectura, ingeniería civil y urbanismo aprendieran a cómo no deberían hacerse las cosas.

Aunque, en realidad, no es un mal exclusivo de Las Rozas, sino que, lamentablemente, puede hacerse extensible al conjunto de los municipios del noroeste madrileño.


Javier M. Calvo Martínez

viernes, 1 de agosto de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XXII): Aquel extraño mural



Entre los muchos recuerdos que tengo de un pueblo de Las Rozas que ya no existe, hay uno que desde muy pequeño llamaba mi atención cada vez que pasaba por delante de ese lugar.

Se trata de un gran mural que había en la fachada de uno de los edificios de la Plaza Mayor que da a la Avenida de los Toreros. En concreto, en la fachada del antiguo cine, que luego y durante muchos años fue la tienda de marcos Araque, actualmente cerrada.

El mural, pintado a brocha y pincel con esmaltes de colores sobrios, ocupaba la práctica totalidad de la fachada y su temática y estilo eran totalmente surrealistas.

Después de tantos años me he olvidado de muchos de sus detalles, pero si recuerdo que representaba un gran arco de medio punto situado en la parte central, con otros dos más pequeños en los laterales. Había también varios faroles antiguos y una serie de figuras humanas de rostros extraños, incluso inquietante alguno de ellos. Si no me equivoco, uno de esos raros personajes tenía una gran bombilla por cabeza. Todo en un ambiente nocturno o, al menos, sombrío. Una mezcla de cosas un poco abigarrada, sin perspectiva ni orden lógico.

Contemplándolo a cierta distancia, la composición podía transmitir cierta idea de gran cara, pues las dos ventanas circulares que el muro tiene en su parte superior habían sido pintadas alrededor, simulando dos grandes ojos de los que brotaban algunas lágrimas.

El conjunto se remataba con las rejas de las ventanas inferiores, cuyos barrotes formaban una especie de red metálica con múltiples rombos, pintados en varios colores.

Recuerdo que el mural contenía algún tipo de cita o frase escrita. También es muy probable que estuviera firmado, e incluso, que figurase la fecha de su creación, pero son datos que tengo totalmente olvidados.

Yo diría que el mural debió realizarse en los años 70. Lo que es seguro es que se mantuvo hasta finales de los 80, si bien es cierto que cada vez más difuminado por el desgaste y el paso del tiempo.

En ocasiones he preguntado a amigos y conocidos si recuerdan este mural. Algunos no saben de qué les estoy hablando, pero con otros muchos, que eran niños o adolescentes en aquellos tiempos, es como si se les desbloquease un recuerdo que permanecía oculto en algún rincón de su memoria, y sonriendo confirman que sí, que recuerdan la extraña pintura. En cualquier caso, nadie ha sabido darme datos concretos sobre su origen, autor o motivos que llevaron a su realización.

Como digo, el mural desapareció hace muchas décadas. Yo diría que aguanto hasta 1989, o incluso, los primeros 90. La ampliación del ayuntamiento y la remodelación de toda la Plaza Mayor supusieron su definitiva eliminación. La parte delantera del conjunto arquitectónico que originariamente había sido un cine, continuó siendo la tienda de marcos Araque, mientras que la parte trasera, donde se situaba la sala de proyección, se transformó primeramente en la discoteca Quos (si no me equivoco, el primer local de estas características con el que contó Las Rozas), cuya existencia no fue muy larga, pues pronto acabó transformada en dependencias municipales, cumpliendo en la actualidad la función de Salón de Plenos.

Aunque me he esforzado por localizar fotografías de el mencionado mural, no he encontrado ninguna imagen en la que se aprecie bien el conjunto de la pintura. Hay muchas fotografías, especialmente realizadas durante las fiestas patronales, en las que se intuye su presencia en el fondo o en un segundo plano de las imágenes, pero apenas se ve nada.

Solo cuento con la fotografía que encabeza esta entrada, realizada a finales de los años 80. El hecho de que sea en blanco y negro y de mala calidad, impide apreciar los detalles. Además, está realizada en un momento en el que el mural estaba ya muy desgastado. Sin embargo, creo que sirve para situar exactamente dónde se encontraba y hacerse una idea de sus características.

Seguro que hay muchísima gente que también recuerda este mural, e incluso, es probable que pueda aportar más datos e información sobre este pequeño rincón que, durante bastante tiempo, presidió uno de los lugares de paso obligado del centro de Las Rozas, aportándole cierto estilo y originalidad.


Javier M. Calvo Martínez


viernes, 16 de mayo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XXI): De la desidia, el abandono y el olvido. El primer grupo escolar que tuvo Majadahonda


 

No puede decirse que Majadahonda sea un municipio sobrado de patrimonio histórico, artístico, arquitectónico o cultural. Por el contrario, al igual que sucede con otras poblaciones del noroeste madrileño, como Las Rozas, Pozuelo o Aravaca, el espectacular crecimiento urbanístico experimentado en las últimas décadas no solo se ha realizado de espaldas a su pasado, sino que, en buena medida, se ha producido laminando los pocos elementos que podían servir para mantener entre los vecinos ciertos vínculos de identificación con la historia y la memoria de sus respectivos pueblos y territorios.

Esta dinámica urbanística de hacer tabla rasa, de borrón y cuenta nueva, de demoler y destruir todo lo anterior para levantar cosas nuevas ha supuesto una fractura, una desconexión con la historia y la tradición de esos lugares, desapareciendo muchos de sus edificios y espacios más emblemáticos y eliminando algunas de las señas de identidad que, durante mucho tiempo, fueron importantes para las poblaciones locales.  

De esta manera, los lugares han ido perdiendo buena parte de su esencia y personalidad, por modesta que esta pudiera ser, convirtiéndose la destrucción y alteración de los entornos urbanos y naturales en una forma de desmemoria, ya que esos paisajes perdidos, en gran medida, guardaban las huellas del pasado, el recuerdo de otro tiempo, las vivencias y experiencias de quienes los conocieron.

Por todo ello, no deja de resultar llamativo que a día de hoy, uno de los escasísimos edificios de cierta relevancia para la historia local y sentimental de Majadahonda que, a pesar de las múltiples transformaciones y alteraciones experimentadas a lo largo del tiempo, ha llegado hasta nuestros días, se encuentre desde hace muchos años en un preocupante estado de abandono y deterioro.

Se trata de un edificio construido a finales de los años 20 del siglo pasado, durante la dictadura de Primo de Rivera, en el que se situó el primer grupo escolar con el que contó Majadahonda, ya que, con anterioridad a esa fecha, se habían aprovechado diferentes espacios para impartir clases, pero sin que ninguno de ellos pudiera considerarse una escuela propiamente dicho y cuyas condiciones dejaban mucho que desear, tal y como recogía una crónica de 1926 en la que se señalaba “la urgente necesidad de transformar los insanos y lóbregos locales Escuelas en otros alegres, capaces e higiénicos para la alegría y salud” de los niños majariegos.

El lugar elegido para construir la nueva escuela fue una pequeña parcela situada junto a la intersección de las actuales calles Doctor Calero e Iglesia, que en aquel entonces quedaba a las afueras del pueblo, en la margen derecha de la carretera que, desde la de La Coruña, a la altura de su km. 15 (Parador de La Sacedilla), conducía a Villanueva del Pardillo pasando por Majadahonda.

La primera piedra se colocó el domingo 6 de noviembre de 1927, en un solemne y concurrido acto al que asistieron, entre otras personalidades, el gobernador civil de Madrid, D. Carlos Martín Álvarez; el presidente de la Diputación, Sr. Salcedo Bermejillo, y el delegado gubernativo, capitán de Artillería Sr. Lorente, además del alcalde de Majadahonda D. Francisco Gómez Álvarez. Este último leyó unas cuartillas agradeciendo a las autoridades e invitados su presencia y expresando el afán que todos los del pueblo sentían por mejorarlo para bien de ellos mismos y del país en su conjunto. A continuación, el gobernador contestó con un discurso sencillo pero elocuente, tratando de hacer comprender a los asistentes el respeto y cariño que debía tenerse por tres edificios esenciales para cualquier pueblo: la iglesia, la escuela y el ayuntamiento.

Bajo aquella primera piedra se colocó una pequeña caja metálica en la que se introdujeron algunas monedas de diverso valor, varios recortes de periódicos madrileños y el acta leída por el secretario del Ayuntamiento y firmada por las autoridades. Después de que el gobernador, con ayuda de los operarios, colocase la piedra y echase una paletada de cemento, el párroco de Majadahonda, D. Gabriel Sanz, la bendijo y pronunció una oración. El acto se completó con los alumnos de la futura escuela entonando un bonito himno en presencia de todo el vecindario y con una banda de música que amenizó la jornada con diversas piezas. Finalmente, el Ayuntamiento obsequió a los invitados con un banquete en el que reinó la alegría y el buen humor.

El proyecto de la nueva escuela fue encargado al arquitecto Sr. Flórez, que diseñó un edificio sencillo y funcional, de ladrillo visto, compuesto por una amplia nave de planta rectangular y una sola altura, dividida por un tabique en dos espacios simétricos destinados a las aulas, una para niños y otra para niñas. En cada uno de los extremos de este cuerpo central se situaban dos pequeños pabellones, también de planta rectangular, en los que creemos se encontraban los despachos de los profesores y otras estancias auxiliares. Las instalaciones se completaban con un patio de tierra, cercado con una valla también de ladrillo, en el que se plantaron diversos árboles del tipo moreras y acacias para proporcionar ornamento a la escuela y algo de sombra en las jornadas de sol intenso.

Por fin, el domingo 20 de mayo de 1928 pudo inaugurarse la nueva escuela. Para la ocasión volvieron a acudir a Majadahonda el gobernador de la provincia y el delegado gubernativo que unos meses antes habían asistido ya a la colocación de la primera piedra. A estos se sumaron el inspector jefe de primera enseñanza, Sr. Carrasco y el secretario del gobernador civil, Sr. Espinos, entre otras personalidades. El acto se inició con la bendición solemne del edifico, seguida de una serie de himnos cantados por los niños del pueblo acompañados por la banda de música y una pequeña demostración gimnástica realizada por los alumnos de la escuela. A continuación dieron comienzo los discursos, comenzando el maestro de Majadahonda, Sr. del Bosque, que leyó unas cuartillas ensalzando la aplicación y laboriosidad constante en los estudios. También pronunciaron unas palabras el gobernador civil, que además de su mensaje oficial tuvo unas cariñosas palabras para los niños del pueblo; el inspector de enseñanza y, en representación de la Asociación de Maestros del partido judicial, D. Rafael Martínez, maestro de Torrelodones. Cerró el acto el alcalde de Majadahonda, que agradeció la presencia de las autoridades y el apoyo recibido para la construcción de la nueva escuela. Finalmente, los concurrentes fueron invitados a un lunch en el ayuntamiento.

A partir de ese momento, Majadahonda pudo disfrutar de una escuela que la prensa de la época describió como “nueva, llena de aire, luz y alegría”, con capacidad para satisfacer las necesidades educativas del alrededor de cien niños y niñas que en aquellos tiempos vivían en el pueblo. En las nuevas dependencias, los primeros docentes con los que contó el centro, el mencionado Sr. del Bosque para los niños y la maestra Doña Adela para las niñas, en régimen unitario, es decir, con alumnos y alumnas de diferentes edades y grados en el mismo aula, comenzaron a impartir las primeras enseñanzas a los pequeños majariegos.

A pesar de sufrir importantes daños durante la Guerra Civil, el organismo Regiones Devastadas, encargado de la reconstrucción del pueblo, decidió restaurar el edifico para que siguiera cumpliendo su función educativa junto a una escuela de nueva construcción que se levantó en lo que hoy es la Plza. de la Constitución, la cual, ¿cómo no?, fue demolida en 2009. Por su parte, el que había sido primer grupo escolar continuó activo hasta los años 80, recibiendo en su última etapa el nombre de la pedagoga italiana Rosa Agazzi. Ya en los años 90, el antiguo edificio sufrió una transformación total, añadiéndole una nueva planta y eliminando prácticamente todos los elementos originales a excepción de las fachadas, siguiendo los postulados de la tan cuestionada y criticada tendencia arquitectónica para la rehabilitación de edificios históricos denominada fachadismo. Pasó entonces a ser la sede de la policía local, función que mantuvo hasta que en 2013 se inauguraron las nuevas instalaciones policiales situadas en la crta. de Villanueva del Pardillo. Desde entonces, el edificio permanece cerrado. Y ello a pesar de diferentes proyectos y propuestas para dotar a las antiguas escuelas de algún uso (dependencias de la Guardia Civil, coworking…), sin que hasta la fecha ninguno de ellos haya prosperado, y de existir desde 2016 una plataforma vecinal que reivindica este espacio para usos culturales, sociales y/o educativos.

Mientras tanto, este emblemático edificio, que a pesar de su modestia histórica y arquitectónica ha tenido una enorme importancia sentimental para varias generaciones de majariegos, pues en él vivieron parte de su infancia y recibieron sus primeras enseñanzas escolares, sufre los efectos de una aparente desidia y olvido por parte de quienes, entre otras funciones, deberían velar por la memoria, la tradición y el patrimonio histórico y cultural que conforman la identidad del municipio, aunque en realidad creemos que en estas cuestiones, al igual que en todo lo concerniente a la protección de los entornos naturales y urbanos de cierto interés, debería implicarse el conjunto de la sociedad, interesándose en su conocimiento y disfrute y oponiéndose a las múltiples agresiones de las que son objeto de manera reiterada dichos espacios.

La fotografía que encabeza esta entrada muestra el aspecto que ofrecía la escuela en los años 40, tras los trabajos de restauración y rehabilitación desarrollados por el organismo Regiones Devastadas al concluir la guerra.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica Archivo General de la Administración)


sábado, 10 de mayo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XX): La estación de Las Rozas: más de un siglo y medio parando trenes


En noviembre de 1855, con la aprobación de la Ley General de Ferrocarriles, el gobierno español otorgaba a la Sociedad de Crédito Mobiliario Español, mediante subasta pública, una concesión para la construcción de la línea ferroviaria Madrid-Irún.

A pesar de su nombre, esta compañía financiera era en realidad una filial de la francesa Sociedad General de Crédito Mobiliario, dirigida por los hermanos Emilio e Isaac Pereire, poderosos banqueros que tenían un gran interés en extender al otro lado de la frontera los amplios negocios ferroviarios que explotaban en el sur de Francia.

Las obras dieron comienzo en abril de 1856 y dos años después, el 29 de diciembre de 1858, se constituía la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, empresa en la que el capital español apenas alcanzaba el 25 por ciento.

El primer tramo proyectado de la nueva línea fue el comprendido entre Madrid y El Escorial. En su construcción, bajo la dirección del ingeniero francés M. Fournier, se empleó una ingente masa de trabajadores, que llegó a superar los 13.700 obreros.

Las dificultades en la realización de esta primera fase fueron muchas: unas de carácter técnico, como por ejemplo el paso del río Manzanares o la horadación de los terrenos graníticos, especialmente en la construcción del túnel de Torrelodones; otras de carácter económico, ya que los costes reales pronto superaron los presupuestados; y, por último, los derivados del hacinamiento de miles de obreros viviendo y trabajando en unas condiciones deplorables, hasta el punto de que no tardaron en extenderse las epidemias, llegando a contabilizarse 5.846 enfermos entre las plantillas de trabajadores.

A pesar de todo ello, en abril de 1861 se realizaban las primeras pruebas oficiales del recorrido entre Madrid y Las Rozas, y dos meses después, el 24 de junio, la reina Isabel II inauguraba con gran boato y previa bendición de las locomotoras los 59,29 kilómetros del trayecto Madrid-El Escorial, aunque su completa explotación y puesta a disposición de los viajeros no se produciría hasta el 9 de agosto de ese mismo año.

Las estaciones iniciales de ese primer tramo fueron las de Madrid, situada en el Paseo de la Florida (futura Príncipe Pío), Pozuelo, Las Rozas, Torrelodones, Villalba y El Escorial, a las que en años sucesivos se les irían sumando una serie de apeaderos como los de El Plantío o Las Matas.

La totalidad de la Línea del Norte (633 kilómetros entre la capital y la frontera francesa) no quedaría finalizada hasta 1864.

La llegada del ferrocarril a Las Rozas tuvo importantes consecuencias para la vida de sus vecinos y la posterior evolución del pueblo. La distancia con la capital se acortó considerablemente y los desplazamientos se hicieron más rápidos y cómodos, si bien es cierto que los precios de aquellos primeros billetes, incluso los de 3ª clase, resultaban prohibitivos para el jornal medio de un obrero.

Poco a poco las tarifas se fueron abaratando, lo que entre otras cosas propició, ya a principios del siglo XX, que algunos madrileños comenzasen a elegir Las Rozas como lugar de descanso en el que pasar sus periodos estivales y fines de semana, surgiendo una serie de villas y hotelitos (lo que ahora denominaríamos chalets) y algunas colonias veraniegas, como fue el caso del Barrio de Santa Ana o Colonia de la Estación, pequeño conjunto de casas veraniegas comenzado a construir en los años 20 del siglo pasado, constituyendo una de las primeras experiencias urbanísticas de lo que hoy conocemos como el barrio de La Marazuela.

La primera estación con la que contó Las Rozas se ubicaba en el mismo lugar que la actual, y se trataba de un edificio de ladrillo visto, con dos plantas, tejado a dos aguas y un gran porche para proteger de las inclemencias meteorológicas a los viajeros que esperaban el tren en el andén. En la planta baja estaban las oficinas, el despacho de billetes y la sala de espera, y en la planta superior la vivienda del jefe de estación. Junto a este edificio principal existían otras dos construcciones auxiliares de menor tamaño. Todo el perímetro de la estación que daba a la ctra. de La Coruña estaba cerrado con un muro de piedra, que tenía una puerta pequeña para los viajeros y dos puertas grandes para la entrada y salida de vehículos.

En 1903 se instaló la doble vía, construyéndose un segundo andén con un gran porche con estructura de hierro, muros de ladrillo y una gran marquesina para los viajeros que esperaban el tren en el lado que daba a La Marazuela. La estación de Las Rozas contaba también con un muelle de carga para el grano, la paja y el embarque de ganado, principalmente lanar y algo de vacuno.

Durante la Guerra Civil toda la zona se convirtió en campo de batalla y primera línea de fuego, lo que ocasionó importantes daños en los edificios e infraestructuras de la estación. Tras la contienda se procedió a su reconstrucción, eliminado algunos elementos, construyendo otros nuevos y cambiando su aspecto estético, ya que todas sus fachadas se revocaron en cemento y fueron encaladas.

La fotografía que encabeza esta entrada nos muestra la estación de Las Rozas en los primeros años 30 del siglo pasado. En ella aparece el edificio original de ladrillo visto al que nos hemos referido, con unos aires propios de la arquitectura ferroviaria de finales del XIX. La línea cuenta ya con dos vías, a la que se suma una tercera vía muerta entre las dos principales, acotada con una topera, que servía para facilitar las maniobras de los convoyes que entraban en el muelle de carga, el cual aparece a la derecha de la imagen, junto a la vía de servicio que servía para la entrada y salida de los vagones de mercancías.

En la imagen aparecen los postes de la red telefónica y telegráfica, pero no hay ningún tipo de catenaria, ya que la electrificación de la línea no comenzaría a producirse de manera progresiva hasta 1944, siendo con anterioridad a esa fecha todas las locomotoras a vapor.

Al fondo, a la izquierda, se ven algunos de los primeros hotelitos, o casas de recreo, que fueron surgiendo en La Marazuela desde finales del siglo XIX. También se ve el primitivo puente por el que el Camino de Tomillarón cruzaba las vías del tren, sustituido hace muchas décadas por el actual de hormigón, pero que en aquel entonces era el característico de la Línea del Norte en este primer tramo de su recorrido: puentes de un solo arco de medio punto, con el cuerpo principal de ladrillo visto, dovelas y sillares de granito, sin pretiles y con barandilla de forja.

También al fondo, pero a la derecha de la imagen, asoma parte del gran caserón de dos alturas y planta rectangular que la Compañía del Norte construyó junto a la carretera de La Coruña con la función inicial de proporcionar vivienda a los operarios del ferrocarril, pero que en aquellos años 30 era utilizado ya como almacén de una prestigiosa casa de embutidos, habiendo pasado desde entonces por diversos usos, siendo los más recientes los de restaurante y catering.

Y, entre otros múltiples detalles, los habituales viajeros característicos de cualquier estación. Unos, recién llegados, caminando tranquilamente con sus equipajes en dirección a la cámara. Otros, al fondo, esperando en los andenes la llegada de sus respectivos trenes. Una imagen que se ha repetido a lo largo de los años desde que Las Rozas cuenta con estación de tren. Un fluir cotidiano formado por miles de esperas, llegadas y salidas con múltiples y diversos propósitos, intenciones, destinos y obligaciones.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo Histórico Ferroviario)

martes, 4 de marzo de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XIX): La primera iglesia de Las Matas


En 1922, la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España comenzó la construcción de un poblado ferroviario en Las Matas, destinado al personal que trabajaba en la Estación de Clasificación, que había comenzado a funcionar en 1919.

La construcción del poblado no se daría por completamente concluida hasta 1926, dando como resultado un pequeño núcleo de población formado por 32 viviendas de planta baja y otras 6 en dos bloques de dos alturas.

El trazado urbano era sencillo, consistente en una única calle formada por las viviendas de una planta que desembocaba en una plaza compuesta por los bloques de dos alturas, una escuela y una capilla.

Esta capilla, destinada a atender las necesidades espirituales de las primeras familias que habitaron el poblado ferroviario, fue inaugurada el 26 de febrero de 1925. El acto se inició por la mañana, con una misa cantada por los párrocos de Las Rozas, Majadahonda y Pozuelo. Continuó por la tarde, ya con la presencia del obispo de Madrid, miembros del clero, el delegado gubernativo, las autoridades locales y representantes de la compañía ferroviaria, además del vecindario al completo junto a otros invitados. Cada una de las autoridades pronunció su propio discurso, a los que se sumaron las bonitas palabras del niño Fabián Camisón y un poema recitado por la niña Conchita Varona, ambos hijos de obreros del poblado ferroviario.

Durante la guerra civil, Las Matas fue ocupada militarmente, teniendo que realizarse importantes labores de reconstrucción al concluir la contienda.

En 1948 la capilla pasó a convertirse en iglesia parroquial, y aunque no sabemos la fecha exacta, creemos que debió ser a partir de ese momento cuando el pequeño templo se puso bajo la advocación de San José Obrero, que pasó a ser el patrón de Las Matas, muy en consonancia con los orígenes de la barriada ferroviaria, ya que con anterioridad a esa fecha no hemos encontrado referencias a ningún tipo de culto, tutela, protección o patrocinio específico para esta capilla, e incluso la imagen que figuraba en la hornacina de la fachada principal, hoy desaparecida, no era de ningún santo, sino que se trataba de una pequeña representación del Sagrado Corazón de Jesús. Quizás, en la elección de este santo como patrón de Las Matas influyó también la existencia en el lugar del viejo Parador de San José de las Delicias, cuyo origen estaba en una antigua casa de postas del S.XVIII, situado junto a la carretera de La Coruña, a la entrada de la actual urbanización El Golf, el cual fue demolido en los años 60 del siglo pasado.

Además de templo religioso, el edificio albergaba en su segunda planta la vivienda del cura. También cumplió durante décadas las funciones de escuela de niños, que recibían las clases en la misma nave central, ejerciendo el sacerdote de profesor. Por su parte, las niñas disponían de escuela propia, en un edificio independiente que todavía se conserva, aunque destinado ya a otros usos, siendo muchos los mateños y mateñas que han recibido sus primeras enseñanzas en estos espacios.

La inauguración en 1998 de la nueva iglesia de San José, junto al Parque 1º de Mayo, supuso el cierre y desacralización del antiguo templo, que se convirtió en un almacén, sufriendo cierto deterioro. El edificio terminó siendo cedido por RENFE/ADIF al Ayuntamiento de Las Rozas, que en 2005 procedió a su rehabilitación y acondicionamiento para convertirlo en Museo del Ferrocarril, el cual fue inaugurado en 2009, tras el convenio firmado con la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Las Matas (AFEMAT), creada en 2003 con el objetivo de preservar el pasado y patrimonio ferroviario de la localidad.

Arquitectónicamente, se trata de un edificio muy compacto, de dimensiones pequeñas, con planta de cruz latina formada por una nave, un pequeño crucero y un ábside poligonal a menor altura que el resto del conjunto. Las cubiertas de nave y crucero son a dos aguas, mientras que las del ábside se amoldan a sus cinco lados, todas ellas de teja árabe. Su estética se corresponde con la habitual en la arquitectura ferroviaria de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX.

Aunque originariamente sus muros eran de mampostería de granito y ladrillo, armonizando por tanto visualmente con el resto de construcciones que conformaban el poblado ferroviario, en reformas posteriores sus fachadas fueron revocadas, quedando la piedra oculta y conservándose únicamente el ladrillo visto, a modo de ornamentación, en siluetados y recercados de esquinas, vanos, dinteles y arcos, así como en la espadaña que se alza en la fachada principal, y que en su momento cumplía las funciones de campanario. Como elementos decorativos reseñables cabe destacar también la faja de ladrillo que recorre el edificio diferenciando sus dos alturas y enmarcando las ventanas de la segunda planta, los arcos de medio punto con impostas y claves de los accesos, o las ventanas geminadas de la fachada principal, que curvan su base para adaptarse al arco de la entrada.

En la fotografía que encabeza esta entrada vemos el aspecto original que ofrecía la capilla, con sus muros de mampostería vista, la espadaña con campana y coronada con una cruz de hierro, y una pequeña hornacina con un Sagrado Corazón de Jesús en la parte más alta de la fachada principal. En reformas posteriores se enfoscaron de cemento los paramentos de mampostería, y en la última rehabilitación fue necesario rehacer la espadaña, perdiéndose la campana y la cruz, eliminándose también la hornacina de la fachada.

No obstante, el edificio sigue manteniendo una perfecta armonía con el conjunto del antiguo poblado ferroviario, transformado desde hace ya mucho tiempo en barrio, constituyendo un importante conjunto arquitectónico y patrimonial, cargado de historia, memoria e identidad para los vecinos y vecinas de Las Matas.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)


 

lunes, 10 de febrero de 2025

UNA MIRADA AL PASADO (XVIII): Una Calle Real de Las Rozas que ya muy pocos han conocido

 


Las referencias documentales e historiográficas con las que contamos parecen indicar que, al menos desde la segunda mitad del siglo XIII, debía existir ya algún tipo de pequeño asentamiento en el lugar que hoy en día ocupa el pueblo de Las Rozas.

Este primigenio núcleo de población se situaba en el fondo de una vaguada, en parte protegida de los vientos serranos y por la que fluía un pequeño arroyo de cauce estacional. Esta circunstancia provocaría que, a lo largo del tiempo, sus edificios se fueran organizando en dos bandas longitudinales y paralelas, dejando un amplio espacio de separación entre ambas por cuyo centro discurría el mencionado arroyuelo que, en época de lluvias, recogía las escorrentías de las numerosas y pronunciadas laderas existentes en la zona.

Fue así constituyéndose la arteria principal del pueblo que, con el paso del tiempo, se acabaría convirtiendo en la actual calle Real, en torno a la cual se fue articulando el progresivo desarrollo urbano de Las Rozas, dando paso a la aparición de una serie de pequeños barrios que acabaron conformando su casco histórico.

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, para tratar de evitar los múltiples problemas que causaba la existencia de un arroyo en la calle más importante del pueblo, se decidió construir una gavia con la que encauzar sus aguas y evitar así los incómodos lodazales. Para posibilitar el tránsito de personas entre una y otra orilla de esta gavia fueron surgiendo una serie de pequeños puentes o pasarelas que recibían nombres populares, como de Cahete (a la altura de la Cuesta de San Francisco), del Tío Polo (frente a la C/Romeral), del Tío Juanito, del Tío Colilla o de Ladrillo. Este último era el más grande y el de más sólida construcción, y se ubicaba, más o menos, en el inicio de la actual avenida de la Constitución. A principios de los años 30 del siglo XX se procedió a eliminar la gavia, la cual, además de suponer un incómodo obstáculo en la arteria principal del pueblo, se había convertido en un problema de salubridad por el estancamiento de aguas residuales y la acumulación de inmundicias, siendo parcialmente soterrada.

Por otro lado, hasta el siglo XVIII, la principal vía que desde Madrid conducía a El Escorial atravesaba el centro del pueblo, lo que convertía a la calle Real en paso obligado de los viajeros que transitaban por esta ruta. Sería en el último tercio de ese siglo, durante el reinado de Carlos III, cuando se procedió a la construcción de una nueva carretera que, partiendo de Las Rozas y bordeando el pueblo por su parte sur, se dirigía a El Escorial por el puerto de Galapagar, la cual sería el origen de la actual ctra. de El Escorial.

La calle Real dejaba así de formar parte de una de las más importantes vías de comunicación que conducían a la capital, pero mantenía su condición de principal centro neurálgico del pueblo. En ella se situó siempre la plaza Mayor, así como la antigua Casa del Concejo, posterior Ayuntamiento, que, a pesar de las múltiples transformaciones, han mantenido una ubicación muy parecida a lo largo del tiempo.

Por esta calle han transitado viajeros de diferentes épocas; ha sido espacio de mercados, ferias, fiestas, encierros taurinos, desfiles y procesiones; ha presenciado combates y destrucciones en más de una guerra; zona de ocio y zona comercial; pero, sobre todo, ha sido uno de los marcos principales en los que se ha desarrollado el día a día de los habitantes de Las Rozas, desde sus orígenes remotos, allá por la segunda mitad del siglo XIII, hasta nuestros días.

Actualmente, la calle Real, convertida en vía peatonal en buena parte de su trazado, sigue siendo la calle más amplia e importante del casco histórico de Las Rozas. Un emblemático espacio de tránsito y sociabilidad para vecinos y visitantes.

La fotografía que encabeza esta entrada muestra una Calle Real que ya muy poca gente ha conocido. Está fechada en 1939, recién terminada la Guerra Civil, antes de que las actuaciones de reconstrucción desarrolladas por el organismo Regiones Devastadas transformaran el aspecto que había mantenido durante siglos. Aunque se han retirado los escombros causados por los bombardeos, muchos edificios muestran los estragos de la guerra, especialmente los que se encuentran a la izquierda de la imagen, la mayoría de los cuales terminarían siendo demolidos. Al fondo destaca el ayuntamiento, un edificio de buena construcción pero que estéticamente no se diferenciaba demasiado de otras casas del pueblo. Constaba de dos plantas, muros encalados y cubierta de tejas a dos aguas. En ese mismo lugar se situaba la Plaza Mayor, en realidad, un ligero ensanchamiento de la calle Real presidido por la citada Casa Consistorial. En su proyecto de reconstrucción, Regiones Devastadas decidió demoler el antiguo ayuntamiento y alguna otra edificación aledaña para construir una plaza de nueva planta, orientada ya no hacia la calle Real, como lo había hecho siempre, sino hacia la actual Avda. de la Constitución, y cuyo resultado final sería la Plaza Mayor que conocemos hoy en día. En la fotografía también se puede intuir el desaparecido arroyo que durante siglos atravesó longitudinalmente la C/Real, eliminado a principios de los años 30, cuyo cauce, ya soterrado, discurriría entre las dos hiladas paralelas de árboles situadas en el centro de la imagen.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Archivo personal de J. M. Calvo)