jueves, 28 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (VI): El Barrio de Regiones


Durante los años que duró la guerra, Las Rozas fue un pueblo ubicado en primera línea de fuego y ocupado militarmente, lo que ocasionó una enorme devastación en la mayoría de sus calles y edificios.

Concluida la contienda, el organismo Regiones Devastadas se encargó de su reconstrucción, pero antes de poder iniciar cualquier actuación importante fue necesario desescombrar y tratar de facilitar alojamiento a los vecinos que, poco a poco, iban regresando al pueblo y se encontraban con lo que habían sido sus viviendas en un estado ruinoso. Para ello, se habilitaron de la mejor manera posible los edificios que habían sufrido menos daños, pero que, aun conviviendo en ellos varias familias a la vez, pronto resultaron insuficientes. Ello obligó a muchos roceños a instalarse en las mismas posiciones en las que habían vivido los soldados durante la contienda (trincheras, refugios, chabolas y casas semiderruidas), cuyas condiciones de habitabilidad dejaban mucho que desear.

Por tanto, una de las prioridades de cara a la reconstrucción fueron las actuaciones en materia de vivienda, que desde pronto se proyectaron en diferentes puntos del pueblo. De todas ellas, la más importante y significativa fue la que acabaría conociéndose como el Barrio de Regiones, llamado así, precisamente, como abreviación del organismo que lo construyó.

Aunque el proyecto inicial era mucho más ambicioso, ya que planteaba prolongar las manzanas de viviendas por lo que hoy son las calles San Martín, Quicos y, girando por detrás de la Plaza Mayor, continuar en paralelo a la calle Real hasta más allá de la Cuesta de San Francisco, las difíciles circunstancias del momento (especialmente las económicas), limitaron esta actuación al espacio comprendido entre las actuales Ronda de la Plazuela, Avenida de la Constitución, calle de la Fuente y Avenida de los Toreros.

Originariamente, el Barrio de Regiones estaba formado por seis manzanas longitudinales (delimitadas por las calles Fuente, Escorial, Ebro y Avda. de la Constitución), que a su vez quedaban divididas en dos bloques iguales por la calle Iglesia de San Miguel, que las atravesaba transversalmente.

En total, el barrio constaba de 90 casas, 84 para jornaleros y 6 para artesanos. Las viviendas de jornaleros disponían de cocina-comedor, despensa, cuarto de aseo y tres dormitorios, además de un patio con dependencias accesorias como cuadra, cobertizo, granero, gallinero y cochiquera. Un zaguán, compartido por dos viviendas, daba entrada de forma independiente a estas y a los patios. Las casas para artesanos eran algo más amplias y contaban además con un local para taller, al que se accedía también de forma independiente por el zaguán.

Durante décadas, el Barrio de Regiones, con sus calles geométricamente estructuradas, sus casas pareadas de una planta, con entrada a través de zaguanes de tímpanos triangulares, portones de madera, patios, muros blancos y aires típicos de la Castilla rural, se mantuvo como una unidad urbana relevante y significativa dentro del casco histórico de Las Rozas, aportando originalidad e identidad al pueblo.

Hoy en día, el conjunto se encuentra totalmente transformado y desvirtuado respecto a su aspecto original, con muy pocas casas de época -algunas en mal estado de conservación-, sustituidas la mayoría de ellas por monótonos bloques de pisos, con poco o ningún equilibrio estético y arquitectónico, al menos, si lo comparamos con lo que Regiones Devastadas proyectó en su día.

En esta fotografía, realizada desde la calle Iglesia de San Miguel en 1942, aparece un Barrio de Regiones prácticamente finalizado, aunque los tejados de algunas casas aun carecen de tejas. Al fondo, vemos la iglesia recién restaurada, pero todavía sin los jardines y accesos aterrazados que Regiones Devastadas construiría poco después en la loma sobre la que se asienta el templo.


Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)

DE FRESNOS Y FRESNEDAS

 

Los fresnos son árboles caducifolios que pueden superar los 20 m de altura; con troncos largos y rectos y una corteza inicialmente gris y lisa, pero que con los años se vuelve rugosa y agrietada. Sus hojas son compuestas y forman un haz de entre 7 y 13 hojuelas o folíolos ovalados con nervio central y borde aserrado, de color verde oscuro, con el envés más pálido. Las flores no tienen pétalos y aparecen antes que las hojas en pequeños racimos colgantes, entre principios y mediados de la primavera. El fruto es una sámara de color marrón claro y ala prolongada para facilitar su dispersión por el viento, permaneciendo todo el invierno en el árbol. Su madera es clara, resistente y muy elástica.


Árboles autóctonos en la zona noroeste de Madrid, necesitan luz y suelos húmedos y frescos, por lo que nacen de manera espontánea en los márgenes de ríos y arroyos. Sin embargo, se trata de una especie que tradicionalmente ha estado muy condicionada por la actividad humana, ya que, durante siglos, sus ramas han sido aprovechadas como alimento para el ganado. Para ello, se procedía a la poda completa del árbol, dejando que los años siguientes brotaran ramas largas y finas que se iban cortando y dejando secar para emplearlas como forraje cuando los pastos escaseaban. Pasados seis u ocho años, se repetía la poda, dejando de nuevo el tronco del fresno totalmente limpio de ramas.


Este tipo de poda, repetida a lo largo de los años, provoca que los fresnos, que en condiciones naturales son de los árboles de mayor crecimiento de nuestro entorno, ensanchen progresivamente su base, adquiriendo unas formas muy peculiares debido a las deformaciones que se generan en los troncos y ramas. Reciben entonces el nombre de fresnos desmochados o trasmochos, siendo habitual encontrarlos en viejas fresnedas adehesadas, tradicionalmente empleadas como zonas de pastizal, además de para el ramoneo mencionado.


En Las Rozas de Madrid todavía podemos encontrar restos de estas viejas fresnedas, transformadas ya en pequeños rodales asilvestrados junto al río Guadarrama y los cauces de algunos arroyos, en las que se agrupan ejemplares de diversa antigüedad y estado de salud. Uno de estos parajes se sitúa en las cercanías de Santa María del Retamar, junto a las aguas del río Guadarrama, con algunos fresnos centenarios, de la especie Fraxinus angustifolia, cuyos troncos superan los 130 cm de diámetro, generando con su imponente presencia un paraje muy atractivo y sugerente.

Javier M. Calvo Martínez

(Fotografías: fresneda en Santa María del Retamar, junto al río Guadarrama, en Las Rozas de Madrid)


lunes, 25 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (V): Santa María del Retamar

En el municipio de Las Rozas, el núcleo de población más antiguo del que se tiene constancia historiográfica no es el que hoy en día ocupa el centro urbano, organizado en torno a la iglesia de San Miguel, sino otro desaparecido hace siglos, que se situaba a unos siete kilómetros de distancia del actual pueblo, en un paraje próximo al río Guadarrama que recibe el nombre de Santa María del Retamar.

Aunque existen dudas sobre su origen, este lugar aparece mencionado ya en documentos del siglo XIII, lo que, como mínimo, lo situaría en el proceso de repoblación desarrollado tras la conquista de las tierras madrileñas por parte del reino Castellano-Leones. En realidad, Santa María del Retamar, que desde muy pronto quedó integrada en el Real de Manzanares, no pasaría de ser una pequeña aldea, y todo parece indicar que, para el siglo XV, el asentamiento había sido ya abandonado, conservándose sólo su ermita.

Según la tradición, la imagen que se veneraba en esta ermita había aparecido entre unas retamas cerca de ese lugar, de ahí su nombre de Santa María del Retamar, que popularmente acabaría por ser conocida como la Virgen de la Retamosa.

Parece que ya desde el siglo XV, para mantener la ermita y continuar con la veneración de esta imagen, se creó una cofradía en la que, curiosamente, no solo participaban vecinos de Las Rozas, sino también de Majadahonda y de Pozuelo. Entre los compromisos que asumió dicha cofradía estuvo el de organizar anualmente una romería en honor a la Virgen, evento en el que se implicaban y participaban vecinos de los tres pueblos. Sin embargo, el entendimiento entre los cofrades no siempre fue bueno, siendo frecuentes las disputas y pleitos entre los tres municipios respecto a los derechos de cada uno y la forma en que debían hacerse las cosas, tal y como demuestran documentos de los siglos XVI, XVII y XVIII, que recogen diferentes denuncias y contenciosos presentados ante el Arzobispado de Toledo por cofrades y mayordomos por conflictos internos relacionados con Santa María del Retamar.

Fuera como fuese, el caso es que parece que, para finales del siglo XVIII, ya solo los roceños seguían manteniendo la cofradía y continuaban con la tradición de organizar una romería,, terminando por convertir a la Virgen del Retamar, cuya ermita se encontraba en su jurisdicción, en la patrona del pueblo.

Con altibajos, esta tradición se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIX, momento en que el avanzado estado de ruina que ofrecía la ermita motivó el traslado de la imagen a la iglesia del pueblo. Se perdió así la ermita y la romería, pero no la festividad de la Virgen de la Retamosa, que siguió celebrándose los primeros días de mayo con misa, procesión, baile y pólvora.

Una de estas procesiones es la que aparece en la fotografía que encabeza el texto, fechada a principios de los años 20 del siglo pasado. En ella, la comitiva ha parado un momento para que el fotógrafo pueda realizar la instantánea. Los asistentes, vestidos con sus mejores galas, miran a cámara, incluso el portaestandarte asoma la cabeza para no dejar de salir retratado. Es un día de primavera en el que el sol aprieta, motivo por el que abundan las sombrillas. El paso de la Virgen es llevado solo por mujeres, mayoritarias en la procesión, todas ellas con velo negro en la cabeza. Al fondo, una banda interpreta alguna marcha, mientras unos muchachos lanzan cohetes desde el cerrillo que hay a la derecha de la imagen, que es en el que se sitúa la iglesia de San Miguel, fuera de encuadre, pero cuyas campanas podemos imaginar voltear al paso de la procesión.

La imagen de la Virgen que aparece en esta fotografía resulta muy diferente en tamaño y estética a la que se venera en la actualidad, la cual fue adquirida en los años 40 para sustituir a la anterior, que se había perdido durante la guerra. Sin embargo, tampoco parece que la de la fotografía se corresponda con la que debió ser la Virgen del Retamar original, una talla que muy probablemente databa del siglo XII, la cual debió de perderse también en algún momento de la historia, posiblemente, durante la ocupación napoleónica, tal y como sugieren algunas referencias. Pero, más allá de la imagen, lo que queda es la constatación de como la veneración de esta Virgen por parte de los roceños se ha mantenido a lo largo de los siglos.

La fotografía está realizada en un punto que se corresponde con la actual Avda. de la Iglesia, poco antes de llegar a su cruce con la C/Laguna. El mismo recorrido que, año tras año, sigue realizando la procesión el día de la Retamosa.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: Pablo Gómez Bravo y Estudio Fotográfico López)

sábado, 23 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (IV): Tiempo de reconstrucción



La guerra civil provocó una gran devastación en Las Rozas. Los constantes bombardeos y la ocupación militar del pueblo ocasionaron destrucciones de diversa índole en el 80% de sus edificios.

Según los estudios realizados por el organismo Regiones Devastadas, principal responsable de la reconstrucción, 270 edificios estaban totalmente destruidos, 57 muy dañados y 35 sufrían desperfectos de diversa consideración, conservándose solo 13 edificaciones en condiciones relativamente aceptables.

El proyecto para la reconstrucción fue encomendado al arquitecto Fernando García Rozas, que al frente de un equipo técnico se encargó de planificar la nueva estructura del pueblo y la reconstrucción de sus ruinas. De esta manera, las primitivas calles, que hasta entonces habían ofrecido un trazado generalmente desordenado, fueron modificadas para obtener una planificación más geométrica y funcional a base de una estructuración de manzanas cuadrangulares. La base sobre la que se vertebró el nuevo trazado urbano fue la calle Real, vía principal del pueblo que comenzaba (o terminaba) en la plaza Mayor.

Precisamente, la fotografía que presentamos, fechada en 1941, corresponde a las primeras fases constructivas de la plaza Mayor. En ella se intuye ya el aspecto que ofrecería al ser concluidos los trabajos: plaza cuadrada, sobre un terreno ligeramente aterrazado, rodeada de soportales en tres de sus lados, con edificaciones de dos plantas, a la que se accedía a través de unos tramos de escaleras a modo de pequeños graderíos con muretes de granito; el ayuntamiento se situaría en el edificio central, mientras que los laterales se destinarían a servicios, comercios y viviendas. Para su construcción, se combinaron el ladrillo visto, el revoco de cemento y el granito.

Aunque el proyecto de reconstrucción respetaba la ubicación aproximada que hasta entonces había tenido la plaza Mayor de Las Rozas (que estéticamente no tenía nada que ver con la que se estaba planificando), los responsables de Regiones Devastadas decidieron cambiar su orientación, de manera que, en vez de abrirse a la calle Real, como lo había hecho siempre, lo hizo hacia una avenida de nueva creación, la actual Avenida de la Constitución, más en consonancia con la planificación general que el arquitecto García Rozas y su equipo de trabajo habían planificado para el conjunto del pueblo.

Nuevos diseños, para tiempos nuevos.

 

Javier M. Calvo Martínez

(Procedencia de la fotografía histórica: archivo personal de J. M. Calvo)

viernes, 22 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (III): Aires de pueblo y recuerdos de infancia


Hoy en día, apenas se conserva nada del pequeño pueblo rural que fue Las Rozas durante siglos.
Muy especialmente desde los años 70, su casco urbano ha experimentado una profunda transformación, en la que prácticamente todos los edificios y construcciones de cierta antigüedad, y que aportaban a Las Rozas identidad y personalidad, han sido destruidos y reemplazados por monótonos bloques de viviendas y otras construcciones modernas.
Muchos de los edificios más emblemáticos comenzaron a desaparecer en tiempos relativamente cercanos, como fueron los años 90, por lo que la mayoría de ellos permanecen aún en el recuerdo y la memoria de muchos roceños. La lista es larga: las escuelas existentes junto a los jardines de la iglesia, destruidas al construirse el actual aparcamiento; el colegio Virgen del Retamar (antigua granja-escuela San Isidro), cuyo lugar ocupa hoy el CEIP Siglo XXI; la práctica totalidad de las casas del barrio de Regiones y de La Suiza; la Casa-Cuartel de la Guardia Civil; el edificio del Baile o la mayoría de las antiguas viviendas que existían en la C/Real, la Plza. de Madrid, la Avda. de la Constitución o la Avda. de La Coruña.
Muchas de estas construcciones habían sido levantadas tras la guerra por el organismo Regiones Devastadas, encargado de la reconstrucción de los pueblos que habían sufrido grandes destrucciones durante la contienda, como fue el caso de Las Rozas.
Otras eran aún más antiguas, supervivientes de los desastres de la guerra y testigos del devenir histórico del pueblo. Este es el caso de la fotografía que ofrecemos, en la que aparece un conjunto de casas que configuraban casi una manzana entera en la calle Real. Viejas construcciones propias de la Castilla rural, levantadas con las tradicionales técnicas del adobe y el tapial, de gruesos muros encalados, con cubiertas de teja curva sobre enripiado de madera y grandes portones que, en su día, daban acceso a amplios patios en cuyo interior existían cuadras, graneros, pajares, corrales, almacenes y demás espacios necesarios para las actividades agropecuarias que caracterizaban el día a día de los roceños.
Este conjunto resistió hasta mediados de los años 80, cuando su avanzado estado de ruina y abandono provocaron su demolición. La fotografía está realizada en aquellos últimos momentos, y en la misma puede apreciarse también parte del paseo ajardinado que, a modo de pequeño bulevar, dividía en aquel tiempo la calle Real, antes de su peatonización.
Pero sin duda, lo que esta fotografía traerá al recuerdo de muchos roceños, muy especialmente a todos aquellos cuya infancia transcurriera en el pueblo entre los años 60 y 80 del siglo pasado, es la pastelería de Lorenzo, el querido “Paste”, que desde principios de los 60 y hasta 1985 (momento en que trasladó el negocio a un moderno local en el inicio de la Cuesta de San Francisco), abrió sus puertas en el reducido local que aparece en el centro de la imagen con el cierre metálico echado. Ese pequeño paraíso de los niños y niñas de Las Rozas, en el que podían surtirse de bollos, chucherías, pipas, kikos, helados o juguetes de baratillo, como sobres de soldaditos, cacharritos de plástico, yoyós, canicas o peonzas, y cuya historia y memoria tan bien recogió Alicia Bravo Benito en un artículo que escribió en 2022, y cuya lectura os recomendamos, pinchando en el siguiente enlace:
Una imagen en blanco y negro testimonio de un pueblo rural ya desaparecido, que a la vez hace revivir gratos recuerdos de infancia.


Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de la fotografía histórica: Estudio Fotográfico López)

jueves, 21 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (II): Los tiempos cambian

 

Esta fotografía, que nosotros situamos entre finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado, puede interpretarse como el final de una época.
Durante siglos, Las Rozas de Madrid había sido un pueblo eminentemente agrícola y ganadero. El principal cultivo siempre fue el cereal y el ganado mayoritario el ovino, con rebaños de cientos de cabezas que, habitualmente, superaban en mucho al número de vecinos que vivían en el pueblo.
Las cosas comenzaron a cambiar radicalmente a partir de la década de los 60. En 1963 se aprobaba el Plan General del Área Metropolitana de Madrid, al que siguieron diversas modificaciones y Planes Parciales que en Las Rozas se concretaron en el Plan General de Ordenación Parcial de Las Rozas (1969), el Plan de Ordenación del Casco Urbano y Primer Ensanche de Las Rozas (1973), o el Plan de Ordenación del Casco Urbano de Las Matas y Segundo Ensanche de Las Rozas (1975), por citar solo algunas de las actuaciones más importantes y significativas.
Lo que hasta entonces habían sido campos de cultivo, eras y pastizales, comenzaron a transformarse en calles, avenidas, bloques de viviendas y urbanizaciones, en un progresivo desarrollo urbano que continua en la actualidad. El mundo rural comenzó un repliegue hasta su casi desaparición, con una presencia agropecuaria poco menos que testimonial hoy en día, en que algo más del 93% de la población roceña trabaja en el sector servicios.
Por eso, esta fotografía, realizada poco más o menos en el momento en que comenzaba a producirse esa enorme transformación, nos resulta tan sugerente. En ella aparece el que seguramente sea uno de los últimos pastores que con su rebaño de ovejas recorrió las calles de Las Rozas. La instantánea está tomada poco antes de llegar a los altos de la Cuesta de San Francisco, una pronunciada pendiente, todavía sin asfaltar y prácticamente carente de edificaciones, que comunicaba el casco urbano situado en torno a la calle Real, con el núcleo ubicado junto a la carretera de La Coruña, conocidos durante siglos como el Barrio de Abajo y el Barrio de Arriba, respectivamente.
El gran edificio que aparece al fondo es el convento y casa espiritual Santa María, perteneciente a la institución religiosa Las Javerianas, que se instaló en Las Rozas en 1947. Su construcción se realizó en los primeros años de la posguerra, a partir de la parcial demolición y posterior remodelación de otro enorme caserón que ya existía en ese mismo lugar y que, junto a la iglesia de San Miguel, posiblemente había sido uno de los edificios más antiguos de Las Rozas, hasta que los daños causados durante la guerra y la construcción del nuevo convento, provocaron su desaparición.
Como podemos apreciar en la fotografía, la sede de Las Javerianas era un edificio que no pasaba desapercibido. Se trataba de una gran construcción de varias alturas, tejados de pizarra y un característico torreón que, ubicado en la parte alta de la Cuesta de San Francisco, presidía una enorme parcela que se extendía entre la calle Real y la actual Plaza de Madrid. Este gran recinto estaba vallado por una antigua tapia de ladrillo y adobe, la cual aparece también en la fotografía, y de la que todavía es posible localizar algunos pequeños fragmentos.
La institución de Las Javerianas, que sin duda permanece en el recuerdo de muchos roceños, continuó en el pueblo hasta finales de los años 80, momento en que vendió la propiedad, dando paso a la construcción de numerosos bloques de viviendas y del actual parque de Las Javerinas, que ocupa parte de lo que fue la enorme parcela de la institución religiosa.
Dos antiguas estampas de Las Rozas, el pastoreo y Las Javerianas, desaparecidas bajo el cambio de los tiempos, las transformaciones económicas y sociales y el desarrollo urbanístico.


Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de la fotografía histórica: Estudio Fotográfico López)

miércoles, 20 de noviembre de 2024

UNA MIRADA AL PASADO (I): Encierro por la calle Real (en torno a 1917)


Situarse en Las Rozas de Madrid del año 1917 requiere de cierto esfuerzo imaginativo. La evolución natural del pueblo, las destrucciones causadas por la guerra, la reconstrucción llevada a cabo por el organismo Regiones Devastadas y, sobre todo, el enorme desarrollo urbanístico de las últimas décadas, hacen difícil interpretar y localizar correctamente la ubicación de algunas fotografías antiguas.

Esta que nos ocupa se realizó durante unas fiestas patronales de San Miguel en las primeras décadas del siglo XX, y nos sitúa en una Calle Real de tierra, con algunos árboles ornamentales de poco talle, por cuyo centro discurría todavía el cauce de un pequeño arroyo estacional que evacuaba las aguas y escorrentías producidas por la lluvia, y que recibía el nombre de La Gavia.
El fotógrafo está situado en la margen izquierda de dicho arroyo. Al otro lado, un pastor a caballo y con garrocha, ayudado por cabestros, conduce la manada que será lidiada por la tarde, en la improvisada plaza que se montaba con tablones y carros en la plaza del ayuntamiento, muy diferente a la actual.
El recorrido del encierro era siempre el mismo. Los toros se concentraban en la zona del Abajón, cerca de donde actualmente se encuentra el centro comercial Burgocentro-2. En este lugar, los animales, al cuidado de mayorales y pastores, descansaban y pastaban hasta el inicio del encierro. La compra de las reses se había realizado con la contribución económica que se pedía a los vecinos. Las ganaderías variaban según los años: toros de Barajas, de Colmenar Viejo, de Cercedilla, de los hierros de Villagraneja, de Gumersindo Llorente, de Sebastián Rollán, de Guerrilla o de Gómez González, entre otros.
El inicio del encierro se avisaba a los vecinos haciendo sonar cencerros por las calles del pueblo. La manada bajaba por la actual calle de las Cruces, en aquella época una cuesta de tierra sin apenas edificaciones. Una vez en la calle Real, giraba a la izquierda para dirigirse a los toriles, situados en la plaza del Ayuntamiento. En el recorrido no se colocaban barreras en las calles, por lo que no era del todo raro que algún toro se saliese de la manada, creando momentos de peligro, hasta que los pastores a caballo y los mozos del pueblo, lograban conducir al toro a los corrales.
Las corridas, amenizadas por orquesta, eran siempre por la tarde, lidiando normalmente novilleros y maletillas de poco nombre, como Teodoro del Bosque, Serenín, el Manchao, el Cambriles, el Vallecano, el Boni, el Maño, Patolas, o Chavito, entre otros nombres que hemos podido localizar en festejos celebrados entre 1900 y 1935. Esforzados diestros que, muchas veces, se jugaban el tipo teniendo que lidiar a morlacos resabiaos con todas las complicaciones del mundo. Finalizada la lidia, se soltaba alguna vaquilla para que se lucieran y divirtieran los mozos.
El evento era gratuito, acudiendo los vecinos en masa a las corridas, a las que también asistían numerosos forasteros provenientes de las localidades cercanas y de la propia capital, ya que se establecían servicios de trenes desde Madrid con horarios y tarifas especiales para facilitar que la gente pudiera acudir a las fiestas del pueblo.
La fotografía está realizada en la parte baja de la calle Real. El edificio de la izquierda (en el que una persona vestida con blusón blanco se encarama al rejado de la ventana) era la escuela de Las Rozas. A continuación, una vivienda particular y, en la parte derecha de la imagen, una especie de callejuela que se corresponde con la actual calle Romeral.


Javier M. Calvo Martínez
(Procedencia de la fotografía histórica: Pablo Gómez Bravo y Estudio Fotográfico López)